Edinson Martínez
@emartz1
Vivimos en un país
que se mueve en cámara lenta. Todos o la mayor parte de los servicios públicos y
dependencias gubernamentales, de cualquier género y nivel del territorio nacional, se mueven a un ritmo
que no corresponde a las exigencias de las personas. Desde el trámite más insignificante hasta cualquier
otro de mayor exigencia -que en cualquier lugar del mundo más o menos
organizado, se limita a unas cuantas horas de espera-, aquí podría convertirse
en días y hasta semanas de tortuosas diligencias, con sus respectivas cargas
onerosas sobre los interesados. Nuestros
gobiernos son malos, son escasos y precarios para atender las complejidades de
una sociedad que cada día demanda mejor atención. Reconocerlo es la primera condición de una buena gerencia pública. Necesitamos
buenos gobiernos, en general para todo, pero básicamente, para acortar la distancia entre la toma de decisiones
y los resultados; también, para disminuir
la brecha entre las expectativas colectivas y la satisfacción de ellas.
Ahora bien, ¿qué
es un buen gobierno? No es difícil responderse,
es además, demasiado sencillo como complicado conseguirlo. Un buen gobierno es
un gobierno eficaz. Y ser eficaz es conseguir resultados en tiempo oportuno
para satisfacer las necesidades de las personas. Habría que agregar, adicionalmente,
que dichos resultados deben guardar una
correspondencia racional con el empleo de los recursos requeridos para tales
fines. Entonces, un gobierno eficaz consigue resultados en tiempo oportuno con
el uso racional de los recursos de que dispone.
Muy bien, antes
dijimos que es muy fácil responder qué es un buen gobierno, la situación se complica al intentar lograrlo.
En efecto, no es fácil en nuestros países, y en general, en cualquier lugar del
mundo, probablemente la tarea para nosotros sea mayor por ese largo historial
de populismo que pareciera estar en nuestra genética. Pero, volvamos, ¿si es tan sencillo por qué no
somos eficaces? Seria larguísima la lista de posibles causas, todas validas sin
duda alguna, pero vamos a limitarnos a unas pocas que creo corren con el mayor peso
en el tema. Comencemos por algunas de ellas.
El peso de la
burocracia y trámites gubernamentales. Es evidente que una simplificación de ellos contribuiría
de modo directo en la calidad de la gestión.
Las personas cuando acuden a una entidad pública aspiran soluciones, no desean
complicaciones adicionales a las que ya significan las razones que le han movido
hasta la dependencia gubernamental. El tiempo perdido tiene costos financieros
para ellas, y también, para los entes oficiales. Sin menoscabo, de los costos políticos
que eventualmente pueden ocasionarle a la gestión.
La ausencia de tecnologías de información y una adecuada
plataforma electrónica. No es raro encontrar en cualquier dependencia pública computadoras
precarias, sin conexiones en red y en muy mal estado de operatividad. Una
razonable plataforma electrónica mejora
la calidad de las prestaciones públicas y simplifica la burocracia. Disminuye los
costos operativos y abona el camino a la sostenibilidad fiscal de los servicios
públicos.
Un manejo
deficiente de las estadísticas. Un gobierno eficiente se orienta por las estadísticas,
ellas son fuentes de información fundamental para la toma de decisiones. Las estadísticas
nos muestran los resultados y la calidad de la gestión. La evidencia estadística
es la base para la evaluación gubernamental. Cualquier decisión que las soslaye corre el
riesgo de generar nuevas situaciones de impredecibles consecuencias para la
calidad de la gestión.
Gobiernos
cerrados, poco transparentes y personalistas. Un gobierno transparente es el
mejor antídoto contra la corrupción. En el país tal vez no haya ni una sola excepción
en que un jefe de gobierno asuma sus deberes más allá de su impronta personal.
Todos quieren ver su cara y nombre reflejados en las más nimias de sus acciones gubernamentales. Este
modelo se repite en los espacios de poder que subalternamente se ubican debajo
del gobernante. Centralizan la gestión a
través de las tomas de decisiones, y en función de ello, como efecto cascada,
cada cual reproduce el modelo personalista y centralizador. Las consecuencias
son esas largas horas de espera que afectan a los ciudadanos que acuden todos los días a
estas instancias.
La calidad del recurso humano público. Seguro
existen honorables excepciones en todo el país, pero en general, el capital humano de nuestros
entes oficiales es de una pésima formación profesional. No abundemos en las
causas porque este seria tema de otro análisis.
¿Será posible
tener gobiernos eficaces en Venezuela? Probablemente sí ¿Cuándo? Permítanme hacer
una concesión religiosa de alguien que no lo es. Solo Dios lo sabe.