viernes, 23 de julio de 2010

ALUMBRAMIENTOS Nº 150

Por: Miguel Muñoz

¿Cientos, miles, millones? La verdad es que no sé cuántos somos, pero lo que sí sé es que me cuento entre los venezolanos que quieren que esto cambie para bien y en democracia, y por eso hago, entre otras cosas, escribir, y tratar de ayudar a muchos mas venezolanos, entre los cuales están muchos seres queridos, a encontrar la luz, a encontrar alumbramientos… No se necesita un bombillo de 500. Para saber que las cosas tienen que cambiar, basta con palpar las cuestiones más elementales que padecemos a diario, y les pongo como ejemplos, las colas y malos ratos que pasamos los ciudadanos, para: sacar o renovar el RIF, registrar el título universitario, cobrar la pensión de vejez, pagar la Cantv, conseguir los artículos de primera necesidad, resolver el papeleo para que nos entreguen un vehículo recuperado, obtener un pasaporte, sacar una copia certificada de la partida de nacimiento, sacar o renovar la licencia de conducir; son cuestiones que a cualquier persona por mas aplomada, distraída o superficial que sea, le tienen que afectar… Algo está dormido. Pero no en los otros, sino en nosotros mismos. Hemos estado percibiendo las cosas, más como pueblo que como ciudadanos, y es lo que ha ocasionado que estas cuestiones injustificables estén sucediendo y las tomemos como hechos “normales”, y no hagamos nada… No se trata de dar consejos ni dar consuelos. Lo cual es en vano hacerlo con los inconsolables. Lo que si considero bueno es que nuestros hombres de mentes más preclaras ayuden a los demás a salir del estado actual de ignorancia y de falsas creencias, facilitándoles conocimientos de aspectos esenciales, sobre: la Constitución Nacional, los instintos y las leyes naturales del hombre, el mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo, la solidaridad como fuerza expresada en leyes, el necesario reconocimiento de los demás. Estando en conocimiento de estos aspectos fundamentales es posible motivar las conciencias, darles fuerza y sacarlas para rechazar lo que verdaderamente ocasiona nuestros males y para apoyar lo que hay que hacer… La Constitución Nacional como guía. Al respecto nos dice Chiyichen en su artículo “Ideas para superar la pobreza”, publicado en El Nacional, que al dar fiel cumplimiento a la Constitución, a las leyes y a los reglamentos, se garantiza la seguridad jurídica en todas las relaciones y transacciones de la sociedad y eso acrecienta al máximo la confianza colectiva e interindividual, y yo le agregaría que también acrecienta la solidaridad…Estimular la libre iniciativa. También nos dice que las inversiones son los únicos mecanismos para impulsar el crecimiento económico, lo cual permite elevar el nivel de ingreso y el bienestar de la población. Las iniciativas privadas son manifestaciones del afán de auto superación y hay que apoyarlas y complementarlas con las públicas evitando la competencia desleal de los poderosos… Multiplicar los empleos productivos y bien remunerados. Para garantizar un ingreso estable es necesario convertir los subempleos, "informales", o “precarios” en empleos bien remunerados y permanentes… Perfeccionar el sistema educativo. Un sistema educativo que imparte el conocimiento y los valores socioculturales, permite a toda la población administrar exitosamente el aparato productivo y solventar la eventual escasez de recursos naturales. La subcapacitación se asocia con el subdesarrollo…. Pregunto: ¿Para entrar en conciencia, lograr un buen gobierno y superar la pobreza tenemos que esperar cientos, miles o millones de días?…

sábado, 17 de julio de 2010

El pecado de ingratitud

Por: Mauricio García Villegas

En
un país en donde los consensos son tan escasos, todos los colombianos, los de izquierda y los de derecha, los ricos y los pobres, los foristas y los editorialistas, el Gobierno y los medios, todos, se sintonizaron para despotricar contra Íngrid.

Es cierto que la Betancourt hizo mucho por despertar este furor nacional: su decisión temeraria de viajar a San Vicente del Caguán y el monto alucinante de la reparación solicitada, pusieron en evidencia su torpeza política, su codicia y su desconexión mental con la realidad nacional. Todo esto explica, y hasta justifica, la reacción airada del pueblo colombiano. Sin embargo, me parece que hay algo de excesivo en esta especie de lapidación colectiva.

¿Cómo se explica ese exceso? Mi hipótesis es que Íngrid es vista en Colombia como una ingrata y la ingratitud es un pecado que aquí difícilmente se perdona.

Todas las sociedades hacen su lista de pecados capitales, desde los más graves hasta los más leves. Así por ejemplo, los anglosajones, a diferencia de los españoles, creen que la lujuria es un pecado más grave que la codicia. Para un cubano, el egoísmo puede ser un vicio peor que, digamos, la pereza, mientras que para un alemán es muy probable que sea lo contrario. Pues bien, la ingratitud es un defecto que los colombianos ponen casi siempre al inicio de esa lista y eso tiene relación con el tipo de sociedad que tenemos.

En Colombia, como en muchas sociedades en vía de desarrollo, los favores que la gente consigue de los demás valen mucho. Más aún, la defensa de lo propio y el ascenso social dependen en gran medida de las relaciones, de los contactos, de los padrinos. Esto no sólo ocurre con los pobres; los ricos y los de clase media también necesitan de los favores de los demás. El clientelismo político es sólo un capítulo del clientelismo social.

Ahora bien, existe una ley sociológica de los favores: quien regala algo nunca lo hace de manera gratuita; espera que la otra parte haga lo propio. Para que esa ley social funcione, quien recibe el favor tiene que quedar agradecido, de lo contrario el sistema colapsa. Por eso los ingratos son vistos como enemigos del orden social.

En los países desarrollados, en cambio, las personas se protegen y progresan, sobre todo a través del Estado, no de las palancas. El juez, la policía y las autoridades estatales son para ellos más eficaces que los padrinos o los amigos. En Colombia también pasa eso, pero en menor medida. Aquí tenemos —como dice Roberto DaMatta en Brasil— una mezcla de los dos sistemas: la gente usa las conexiones o las leyes según lo que más le convenga.

Los colombianos juzgan a Íngrid con la lógica de la ley social de los favores: “Se hizo secuestrar —dice la gente— y a pesar de eso el Estado la liberó; por eso su gratitud debe ser eterna e infinita”. Íngrid, en cambio, razona con la fría lógica del cálculo legal: no me protegieron bien y por eso tengo derecho a que me indemnicen. En su mentalidad europea y desconectada, la demanda no significa que no tenga gratitud —incluso eterna e infinita— hacia el Ejército.

Sin duda la codicia y la terquedad de Íngrid son reprochables. Pero hay una cierta desmesura en la reacción nacional contra ella; desmesura que, a mi juicio, sólo se explica por esa reprobación, también excesiva, que los colombianos hacemos de la ingratitud.

domingo, 11 de julio de 2010

ALUMBRAMIENTOS

Por: Miguel Muñoz

¡Hey! ¿De dónde sois vos? “Era por allá, por los finales de la década de los sesenta cuando ingresé a la UCV, época en la cual se estilaba pelar “coco raspado” a los nuevos bachilleres que empezaban en su nuevo rol de estudiantes universitarios. Había un joven cursante de media carrera apodado “El Maracucho” quien lideraba los famosos “bautizos” de rapados y que nos daba la bienvenida con un: ¡Hey, de dónde sois vos y dime lo más sobresaliente de tu terruño! Cuando me tocó mi turno, aun montuno, y en medio de mi nerviosismo respondí “Soy de Ciudad Bolívar y lo mas importante de mi pueblo es la Zapuara”. El que venia detrás respondió “Yo soy de aquí de Caracas y lo más importante para nosotros es El Ávila” y mas atrás venía un tipo simpático y extrovertido quien respondió “Mirá primo, yo soy de Maracaibo, la primera ciudad de Venezuela en donde se proyectó una cinta cinematográfica, también fuimos los pioneros en la electricidad, los primeros en juegos atléticos, y como si fuera poco el primer venezolano que ocupó una silla en la Real Academia de la Lengua Española fue un zuliano de pura cepa llamado Rafael María Baralt, decime ¿Queréis mas? Debo confesar que desde ese momento los zulianos me han causado gran impresión y me dije, algún día viviré en Maracaibo. Como por cosa del destino, por esos mismos tiempos un Presidente pálido, tanto como sus descoloridas decisiones, decidió allanar la UCV y muchos tuvimos que emigrar hacia otros lares, yo me vine a Maracaibo tratando de hacer realidad aquel sueño, al llegar me inscribí en LUZ y el primer día de clases uno de mis compañeros de salón me abordó con un ¡Hey! ¿De dónde sois vos? Le contesté su pregunta y al salir de clases, ya considerándome su amigo, me invitó a degustar unos tumbarranchos y unos patacones, antes de empezar a “pegárnosla” con cerveza escuchando a Los Máster y a Rincón Morales en compañía de otros amigos iguales de chistosos, extrovertidos y también con nombres de filósofos” (Muñoz M., revista Guía Urban Maracaibo, 2009)… ¡Ahhhh, qué tiempos aquellos! Era la época de la “Fonoplatea de los éxitos”, del bar “El Rapallo”, de la discoteca “El infierno”, de los clubes “El Catirito”, y “El Naiguatá”, de la Feria de La Chinita en 5 de Julio, de las apuestas en el Hipódromo de la Limpia, de las caimaneras en el terreno de las antenas en La Lago, de los “cepillados” de la plaza de San Francisco, de ir a ver aterrizar los aviones en Grano de Oro, de escuchar raspacanillas debajo del cine Roxi, de comprar rebusques en El Malecón, de echarse una “chapuceaita” en la Playa de la Policía, de ir a tomarse las “friítas” en el local de Ramón Arias o a que Neptali en San Francisco donde el ‘cojo’ Eduardo amenizaba la bullaranga, mientras lo estimulaban Tito Urdaneta, Gilberto Cardozo, Emiro albornoz y Miguel Urrucheaga… Y llegamos a los años setenta. Aún éramos estudiantes universitarios, la mayoría militábamos en los partidos de izquierda, como el PRV, PCV, MIR, MAS, y los lideres de entonces en la Facultad de Economía eran Omar Uribe, José Elías Fuente, Oscar Rincón, Francisco Rojas, Ender Fula, Isaac Mencias, León Sarcos, Héctor Ochoa, Asilfredo Bracho, Amado Terán, Omar Criollo, Luís Joa, Douglas Sánchez, Ángel Morales; y otros como Néstor Suárez y Ricardo Rodríguez eran de Copey, mientras que Mario Joley y Rosita Bermúdez eran de AD. Según fuese nuestra posición la defendíamos, la debatíamos, nos echábamos unos estrujones, pero siempre luchábamos por reivindicaciones y nos respetábamos. Hoy, viendo lo que ocurre en el país, me provoca decir ¡Qué tiempos aquellos!…
Nº.- 148

El drama de ser taxista

Por: Marcelo Morán

Según reciente informe divulgado por la ONU, Venezuela tiene la tasa de homicidios más alta de Suramérica. El documento refiere además que, en la última data recogida en 2008, nuestra República Bolivariana tuvo un promedio de 52 asesinatos por cada 100 mil habitantes, que le otorga la no muy envidiable distinción en materia de seguridad, siendo superada por Honduras con (60,9) y Jamaica (59,5). Y los secuestros, ni hablar. Hace rato dejamos atrás los números de la convulsiva Colombia, que en este sentido ha implementado medidas más acertada para frenar su avance junto a otras ramificaciones. Y sobre estos flagelos que parecen irredimibles hoy en la sociedad quiero contarles una experiencia personal ocurrida en Ciudad Ojeda hace dos años, y sirva de reflexión a taxistas o cualquier persona que sale a la calle diariamente a cumplir sus compromisos.

Jamás imaginé que escribiría este relato después de caer el viernes 15 de febrero en manos de unos facinerosos. Pensé que ese iba a ser mi último día en este plano terrenal, pero la misericordia de Dios es tan grande… que hoy, puedo dar testimonio de ello.

En la entrada de la avenida Bolívar, de Ciudad Ojeda, dos muchachos –adolescentes- hicieron la característica señal para detenerme:

Vamos a El Danto –dijo uno, tras acomodarse de una vez en el asiento de copiloto, el otro lo hizo en el asiento posterior, quien no perdió tiempo para colocar en mi cabeza el cañón de una escopeta recortada, que traía oculta en un morral negro, parecido a la de un escolar:

–¡Quieto! Estáis secuestrao –dijo.

Al principio quise reír. No podía creer que ese fuera el propósito, porque hasta donde yo tenía idea, los secuestros estaban reservados sólo para gente acaudalada. ¿Qué podía ofrecer un taxista como yo, que hasta las 12:40 minutos de esa tarde, apenas contaba con 25 bolívares F, producto de cuatro acaloradas vueltas a la avenida Bolívar? Por Dios, me dije.

De allí fui conminado hacia otro sector de El Danto en busca de un tercer elemento, quien resultó ser el líder y más agresivo, al punto de amenazar con volarme los sesos, incluso si llegara a respirar profundo.

Luego me obligaron a tomar la vía a Bachaquero, a un tramo de la carretera “X”, donde tenía operaciones un pozo petrolero, y el que sería además el mejor sitio para ejecutarme.

En esas fracciones de segundo pensé sólo en Dios, a quien encomendé mi espíritu.

Con las manos atadas me hicieron arrodillar, y seguidamente me taparon los ojos. Sentí el frío de la muerte en mi nuca cuando el verdugo colocaba una pistola 9 milímetros para ajusticiarme. Sorpresivamente los maleantes cambiaron de parecer, después que un extraño motorizado emergiera del monte en sentido este-oeste y pasara a escasos cincuenta metros de donde nos encontrábamos. Ellos sintieron miedo ante la inesperada presencia, y para disimularla, el líder a pesar de esgrimir una 9 milímetros, comentó por no dejar:

–Ese tipo lo voy a bajar de la moto para que no sea tan metido.

Sentí una alegría porque ya no iba a esta solo, pero mi captor no se atrevió a cumplir su palabra. El hombre misterioso que había cruzado frente a nosotros; trasmitía algo raro que hizo enmudecernos a todos: tenía como treinta años, de piel morena clara. Usaba una gorra gris que tapaba parcialmente sus ojos; así mismo llevaba, una franela y pantalón del mismo color. La moto era pequeña –también era gris– y no generaba ningún ruido cuando se desplazaba. Su piloto iba rígido, como si hubiera aparecido sólo para que lo viéramos, porque no tuvo por su gesto ningún interés en mirarnos. De ese modo salió a la carretera principal. Enseguida los maleantes, presa del terror, cortaron mis ataduras y me colocaron en el asiento posterior de mi carro. Al tomar la carretera de nuevo, vi la explanada abierta a todas las direcciones, permitiendo distinguir a un kilómetro de distancia cualquier cosa o persona que pudiera transitar a esa hora: las 2.00 de la tarde, bajo la claridad de un sol ardiente como todos los soleados días que identifican a febrero. Pero no había señales del hombre por ninguna parte. No pudo perderse tan rápido en ese espacio solitario, desprovisto de casas, donde se avistaba sólo pequeños matorrales y tenían movimientos algunos balancines petroleros.

Los bandidos por su parte, cambiaron de actitud conmigo: no volvieron a apuntarme con el arma, ni hicieron algún comentario sobre la misteriosa aparición del motorizado. Salimos de ése desolado sitio para regresar otra vez a Ciudad Ojeda, adonde continuaban llevándome como escudo y para proseguir el ruleteo que terminó con un atraco a una panadería en la urbanización Nueva Venezuela, también de la misma capital.

A partir de allí se activó la persecución policial que terminó después de las 5:00 de la tarde con la captura de dos delincuentes y por supuesto mi liberación en un barrio llamado: San Benito, adyacente a El Danto en medio de una balacera. Un tercero; el líder, logró escapar. Los detenidos, era menores de edad, y quedaron bajo las órdenes de la fiscalía 38 de Cabimas, y asignándoles como sitio de reclusión el retén de menores de Sabaneta, Maracaibo.

Ese largo y complicado día terminó al fin para mí cerca de las 11:00 de la noche, cuando concluí mi declaración en el comando del Instituto de Policía Municipal de Lagunillas (IMPOL), adonde fui trasladado de manera gentil por los funcionarios después de consumarse el rescate.

A casa regresé con el respaldo de mi compañero de Gente del Petróleo y también taxista: José Rodulfo, que curiosamente como yo había sobrevivido seis meses atrás a una incursión del hampa, quedándole sobre su cuello una cicatriz de cien puntos de sutura.

Allí aguardaba mi mujer junto a mis cuatro hijos, quienes me recibieron como un verdadero héroe luego de conocer los difíciles momentos que tuve que pasar. Pero en realidad los únicos héroes de aquel trajinado día fueron dos jóvenes oficiales de IMPOL, quienes haciendo honor al deber institucional, arriesgaron su integridad para salvarme; privilegio que me permite ahora narrarles esta crónica, que no es más que el mismo drama que padecen miles de padres de familia que hoy no pueden salir a la calle en busca de Dios, debido a que esta honrosa y popular profesión se ha convertido en uno de los blanco más preferidos de la delincuencia, al punto de inundar con sus estragos todas las páginas de sucesos: unas veces con saldos lamentables y otras afortunadas como en mi caso particular. Y de continuar así las incidencias, el digno oficio de taxista quedará sólo para supermanes o para aquellos que aman el peligro, como el agalludo personaje de Cool M´Cool.

Mil gracias, IMPOL. Dios los bendiga.

domingo, 4 de julio de 2010

Heidegger y Chávez

Por: Emeterio Gòmez

Para captar cuán lejos estaba Marx de entender lo Humano, nada mejor que cotejarlo con Nietzsche

Vaya esta reflexión para dos fines: agradecer un magnífico artículo de Eduardo Mayobre -Hegel y Chávez-, publicado el martes en El Nacional; y complacer a un amigo que, en un curso, me hizo una petición enfática... precedida de un regaño: "Disculpe, profe, pero me parece que sus críticas a Marx son innecesariamente despectivas. Entiendo que quiera amargarle la vida a Chávez, pero ¡aun así!, y aunque fuese cierta toda esa increíble inconsistencia que usted le atribuye a El Capital, aunque el Comunismo fuese un necedad, una barbarie que se refleja en ese titular de El Universal del miércoles (En empresas comunales no habrá división del trabajo) ¿no le parece que esa imagen de Marx -casi como un bobo- es excesiva y que ella se revierte contra usted, quitándole credibilidad? Pero a lo que en verdad yo iba: ¿Hay alguna otra deficiencia del marxismo, algo más fuerte todavía que le dé algún sentido a la susodicha despectividad?".

Por supuesto, señor: hay una crítica mucho más fuerte. Una que rebasa de lejos toda la estupidez de la Teoría Marxista del Valor, que nos hizo creer -¡como si los bobos fuésemos nosotros!- que el valor de las mercancías depende exclusivamente del trabajo. Una crítica mucho más profunda que todas las que le quepan al Materialismo Histórico, la ciencia zonza que vaticinó la inevitabilidad del Comunismo.

Esa crítica, señor, se centra en la carencia radical en Marx de una Antropología, esto es, ¡de una comprensión específica del Hombre! Comprensión imprescindible cuando se le pide a ese Hombre que haga una Revolución, que se eche a cuestas algo tan terriblemente difícil como extirpar el profundo egoísmo, la codicia, el afán de poder y la insondable animalidad que habitan en nuestro Espíritu. Marx no llegó a asomarse siquiera a la inmensa hecatombe moral que se requeriría para construir una sociedad comunista, centrada en la Solidaridad. Algo que él evadió porque suponía que "el desarrollo de las Fuerzas Productivas determinaba las Relaciones Sociales de Producción". ¡¡Que bastaría con que esas Fuerzas Productivas evolucionen para que los humanos devengan plenamente solidarios!!

Para captar cuán lejos estaba Marx de entender lo Humano, cuánto careció de una Antropología, nada mejor que cotejarlo con Nietzsche, coetáneo suyo. ¡¡Aquél no le llegó a la Filosofía, éste la rebasó con creces!! Frente al optimismo desbordado de Marx -que no vislumbró el problema de la Ética-, Nietzsche desarrolla una poderosa visión pesimista del Hombre; liquida espectacularmente 2.500 años de Filosofía ingenua, aferrada a la idea de que la Razón podía entender Lo Espiritual y, peor aún, podía mejorarlo. A diferencia de Marx, que no asumió la Animalidad Humana, Nietzsche postula la necesidad de un Superhombre, un Ubermensch, como única posibilidad de superarla. Si no se desarrolla plenamente el Espíritu, ninguna Revolución va a mejorar a las bestias que somos. Marx no barruntó el problema moral; Nietzsche, sobrado, se burló de las ingenuas ideas que el Pensamiento Racional desarrolló al respecto.

Pero, más aún que Nietzsche, el destructor final del optimismo utópico marxista en cuanto a las posibilidades del Hombre, fue Heidegger. Porque, sorprendentemente, éste -igualito que Marx- tampoco abordó para nada el problema de la ética. Pero no porque ignorase que ésta era lo esencial de lo Humano, sino porque de tanto estudiar a Nietzsche redescubrió que la Razón no tiene ninguna posibilidad de entender qué es la Moral. O sea, que -como era usual en él- sin saberlo ¡¡Marx se ahorró el andar pensando en estas cosas tan difíciles!!

jueves, 1 de julio de 2010

Cosas de la vida

Por: Marcelo Morán

En el año noventa y seis la Guajira fue azotada por un brote de encefalitis equina que llenó de alarma a las autoridades sanitarias del país y por supuesto, a los habitantes de la península, que en breve tiempo empezaron a sentir sus estragos.

El gobierno de la época evaluó la situación en la persona del propio Ministro de Salud, si no más recuerdo, era de apellido Walter, quien vino al Zulia en una operación relámpago, y en un alarde más digno de clarividente que de médico sanitarista, declaró que, en nuestra región no había tal enfermedad, sino infundios inventado por los wayúu, apoyados quizás por los medios, para desprestigiar la buena gestión del gobierno que él representaba.

Esa misma semana, en Ciudad Ojeda, recibí la noticia de que entre las primeras víctimas se encontraba una prima muy apreciada de mi abuela, que vivía en Guarero y acababa de cumplir ciento diez años.

No pude asistir al velorio, Pero sentí una indignación muy grande por las desventuradas palabras del funcionario hacia el dolor ajeno. Como si el pueblo wayuu tuviera que merecerse todos los infortunios del destino por vivir en un área geográfica donde por ironía, existe la primera señal (hito número 1) que recuerda, sobre todo, a inconcientes como él, que allí comienza la Patria, y como ciudadanos de Venezuela los wayuu son dignos también del respeto y los mismos privilegios que gozan los venezolanos de la capital.

Así que logré expresar mi inconformidad a través de un artículo de opinión que envié con mi amigo Gustavo Alfonso para Valencia, donde acababa de entrar como soporte técnico en un nuevo proyecto editorial, y donde fungía como jefe de redacción el padre de nuestro común amigo Vladimir García. A la semana siguiente, regresó Gustavo con un ejemplar de El Espectador -que todavía conservo- y muy sonriente me dijo:

-Campeón, ve lo que hicieron con tu artículo. Se refería a un llamado en primera página a la nota que William García Insausti había convertido en reportaje, ilustrándolo incluso con fotos del paisaje guajiro.

El relato comenzaba con la llegada de Alonso de Ojeda en 1499, y terminaba en una interesante plática en un autobús con un viejo que se dirigía muy preocupado a Castilletes a saber de sus familiares, quienes podían ser víctimas de la enfermedad que no sólo mataba a equinos.

Para un wayuu los sueños pocas veces se equivocan y sobre todo cuando se hace muy reiterado. En la visión, el viejo regresaba de nuevo a su adolescencia y volvía a ejecutar la misma tarea reservada para los jóvenes de su edad, como era pastorear carneros. Pero en otro plano, él apreciaba cómo la Guajira desaparecía con todo su ambiente xerófilo, y en su lugar, se plantaba una ciudad extraordinaria, comparada a lo mejor hoy con Shangai o Estambul.

La idea de esa adelantada ciudad revoleaba en mi cabeza desde mi niñez, y no fue hasta julio del año 2000 cuando decidí plasmarla en un cuento con el título de: Viaje a Santa Cruz de Wuinpumuin, de seis cuartillas de extensión, que luego transformé en novela en 2007 y aún llevo del tumbo al tambo a la espera de un buen samaritano para su publicación.

Al reportaje le saqué varias copias y entre ellas, envié una a Maracaibo que fue leída a mi madre de forma inmediata por mi hermana Beatriz y de allí, por un grupo de parientes que se había refugiado en nuestra casa tras huir de los rigores de la epidemia.

El reclamo de mi madre no se hizo esperar por teléfono después de oír el extraño relato.

-¿Cómo es que fuiste a la Guajira y no pasaste por aquí?

-¿Por qué tuvo que salir en un periódico de tan lejos, y no en los de Maracaibo?

Ella supo enseguida que el sueño de la desaparición de la Guajira que yo le atribuía a un viejo compañero de viaje, no era otro que, un sueño que yo había tenido en mi infancia, y nunca dejé de contar en las tertulias con mis familiares, y no he dejado de recordar todavía, después de transcurrir más de cuarenta años.