Por: Germán Cabrera
Fíjense lo que son las cosas:
una de las características más destacadas de la pomposa Revolución Bolivariana,
la misma que cacarea Urbi et Orbi su novísimo y creativo Socialismo del Siglo
XXI, es su desprecio absoluto por el proletariado.
Flagrante y sorprendente
contradicción ésta, ya que el marxismo, como todos sabemos, considera a la
clase trabajadora (carente de medios de producción y vendedora de su fuerza de
trabajo), como la predestinada para organizarse y ser el germen de la
Revolución Socialista, el ariete que se llevará por delante no sólo a los
explotadores sino también al capitalismo como sistema económico y político.
Pero resulta que, una vez
amos del poder, los autodenominados revolucionarios, portadores de la antorcha
de la verdad absoluta, razonan de la siguiente manera: ahora somos gobierno, el
gobierno es La Revolución, La Revolución es la única llave hacia una Luminosa
Nueva sociedad, y el Estado Burgués, que despedazaremos paulatinamente, es
ahora propiedad del gobierno, o mejor dicho Gobierno y Estado son la misma
cosa. De este razonamiento cerrado deriva una conclusión inobjetable: contra La
Revolución nada es aceptable, por lo tanto el gobierno y el Estado, ahora
revolucionarios son inobjetables. De esta primera conclusión deriva una
segunda: quien enfrente al Estado-Gobierno estará enfrentando a La Revolución,
por lo tanto será un Traidor a La Patria, un fascista, un parásito.
Impecable.
Armado con este bagaje
elemental el Estado-Gobierno-Revolucionario no tolerará disensos.
Pero resulta que una
Revolución no se hace de un día para otro. De hecho un Gran Ministro del Santo
Proceso acaba de afirmar que necesitan 50 años de gobierno para corregir
errores. Y mientras tanto tienen que lidiar con las malas costumbres aprendidas
por el proletariado durante muchos años de democracia, es decir las malas
costumbres de sindicalizarse, de exigir contratos colectivos, mejoras
salariales, seguridad social, todos asuntos que El Proceso considera
desviaciones burguesas.
Eso se transforma en un gran
problema para un Estado-Gobierno-Patrono macrocéfalo y clientelar que ha
crecido exponencialmente engordando su nómina hasta el infinito con el objeto
de contar con una masa de empleados públicos temerosos que le aseguren su voto.
Con el patrono privado el
asunto se le hace fácil, le amenaza, lo multa, lo expropia, o le crea
sindicatos oficialistas que le hagan la vida imposible.
Pero ¿cómo debe actuar el Patrono Revolución contra el “enemigo en casa”?
Muy simple, se actúa como
contra todo “contrarrevolucionario”: se mete preso al sindicalista respondón, o
se le somete a los juicios infinitos y arbitrarios de un Poder Judicial
abyecto, se le niega reconocimiento a los sindicatos libres, se les pone a
competir con sindicatos oficiales financiados con el dinero del Estado, se
amenaza a los trabajadores con despido o retiro de beneficios si no aceptan la
contratación estipulada unilateralmente por el Gobierno, por La Revolución.
Y hete aquí una Revolución
sin proletariado.
Así como también es, de paso,
una Revolución sin estudiantes.
¿Cómo nos mantendremos en el
poder?, se pregunta el liderazgo iluminado.
Bueno nos queda el lumpen, se
responde, y para ponerlo a nuestro servicio tenemos una metodología infalible.
Pero eso será tema del
próximo artículo.
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