jueves, 3 de septiembre de 2009

Mar de Fondo

Por: Teodoro Petkoff

Cuando el señor Chávez asumió la presidencia por primera vez, en 1999, el Estado central contaba con 900.000 trabajadores a su servicio, entre empleados y obreros. Hoy la cifra monta, según el Instituto Nacional de Estadística, a 2.3 millones de personas. Se incluyen en esta cantidad, por cierto, varios miles de beneficiarios de las misiones, que en la práctica, no pueden ser considerados realmente como servidores del Estado...pero cobran.

El tradicional capitalismo de estado venezolano (petróleo, petroquímica, aluminio, electricidad), reforzado por las recientes estatizaciones y reestatizaciones (Sidor, briqueteras, CANTV, Electricidad de Caracas, cementeras, Costa Oriental del Lago, Banco de Venezuela), así como por la participación mayoritaria de Pdvsa en las empresas petroleras de la Faja, le ha presentado al gran patrono estatal un problema que lo tiene enredado: la contratación colectiva con los sindicatos de tales compañías.

Si bien la tasa de sindicalización en Venezuela nunca fue particularmente elevada, en las empresas públicas si lo fue -y lo es. Por otra parte, en ellas, los trabajadores y los sindicatos, conociendo de su alto poder de negociación y contratación, han sabido alcanzar, desde siempre, reivindicaciones laborales de alto calibre.

El manirroto petroestado venezolano fue siempre, hay que decirlo, bastante desaprensivo, e incluso irresponsable, a la hora de discutir y firmar los contratos colectivos. Puesto que la mayor parte de esas empresas son deficitarias, su existencia ha dependido, toda la vida, de las transferencias que el fisco nacional hace a ellas, para enjugar los déficits...y garantizar las condiciones laborales.

En un país rentista, donde todos sus sectores luchan por captar la mayor parte posible de la renta petrolera, no se puede culpar a los trabajadores de haber cultivado también, como los empresarios y la burocracia estatal, una cultura y una mentalidad rentista. El gobierno del señor Chávez ha llevado el rentismo y su cultura a extremos delirantes y los trabajadores del Estado y de las empresas públicas no muestran ninguna disposición ­menos aún en tiempos de crisis­ a echar sobre sus lomos la carga de las dificultades económicas, cediendo parte de lo que han conquistado.

Por su lado, eso es lo que pretende el gobierno y de allí que vivamos en estos tiempos el extraño espectáculo de un gobiernopatrono, que se dice socialista, tratando, por todos los medios, de anular la contratación colectiva como mecanismo de relación con sus trabajadores. Lo que viene haciendo con los petroleros es ya grotesco. Con toda clase de trucos, ha logrado posponer las elecciones sindicales durante casi un año Mientras estas no se realicen no hay discusión de contrato colectivo. El mismo aplique se le hace a los trabajadores eléctricos.

Los empleados públicos, más fáciles de chantajear, esperan desde hace casi cinco años la discusión de sus contratos. Por eso, y con toda razón, está tan encabritado el frente sindical y laboral.

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