sábado, 29 de agosto de 2009

Las Musas de Bello

Por: Marcelo Morán

Chile es el único país de Latinoamérica que ostenta hoy dos Premios Nóbel de Literatura: Gabriela Mistral en 1945 y Pablo Neruda en 1971; ambos en poesía.

Escudriñando un poco la historia, conseguí que todo comenzó en 1810, cuando Andrés Bello parte a Londres en compañía de Bolívar y López Méndez en misión diplomática que a la postre resultó un rotundo fracaso.

Los dos últimos regresaron, mientras que el Maestro, se quedó por largos diecinueve años sorteando todo tipo de penurias, pero sin abandonar nunca su afán de nutrirse de los valores que le hacían falta para convertirse después en el más grande humanista de América.

En su estadía en Londres, escribe 1823 entre otras, la silva: Alocución a la Poesía, con la que invita a las musas a abandonar Europa ante el desgaste y cansancio que ya acusaban, presentándole en América un campo fértil donde renovar sus facultades.

En 1829 llega a Chile donde consigue la ansiada estabilidad para acoger su numerosa familia, y donde logra consolidar su apostolado. Allí escribe la Gramática del castellano destinada al uso de los americanos con la que logra unificar el idioma de la Reina Católica, que a nuestros días, fuera un verdadero arroz con mango.

Fundó además en 1843, la primera Universidad, redactó la constitución y todo cuanto hacía falta para que ese país austral se convirtiera en uno de los más cultos de las ex colonias españolas.

Las musas del Olimpo a las que solía invocar en sus versos no resistieron al llamado y vinieron también a montar sus carpas por los cielos de Latinoamérica de donde han venido vertiendo inspiraciones a figuras como los Nóbel de Chile.

Para ilustrar esta convicción, tenemos una anécdota escrita por el gran Pablo Neruda en el año 1953, recogida por el diario de izquierda El Siglo; convertido hoy en semanario: “Hace tiempo en Uruguay, un joven critico, me dijo que mi poesía se parecía más que otra a la de un poeta venezolano. Yo no sé si ustedes van a reírse cuando escuchen el nombre de ese poeta, pero yo me reí de buenas ganas: es Andrés Bello (…)”.

En los últimos diez años se ha desatado en el país una ola de violencia que no ha dejado incólume ni siquiera nuestro castellano, propiciada por el lenguaje soez e insolente que ha caracterizado al presidente y que sólo puede ser comparado con las proferidas por borrachos amanecidos en cantinas de mala muerte. Es por ello que, las sublimes musas del Olimpo no hayan soportado semejantes agravios y hayan resuelto desmantelar sus carpas y recoger sus macundales para irse horrorizadas a otras latitudes.

Ojala tengamos la dicha de tener entre nosotros un guía conciliador, que marque con un lenguaje culto y respetuoso las coordenadas para que las extraviadas hijas de Zeus, vuelvan a reencontrarse con Venezuela y de esa manera, honrar el esfuerzo de Bello, cuando hace casi doscientos años tuvo el acierto de traerlas a América: envueltas y embriagadas en los viejos pergaminos
de la Alocución a la Poesía.

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