jueves, 10 de marzo de 2011

¿Cómplices en el diván?

Por: Carlos Oteyza

Una bocanada de complicidad se cuela en el libro de la periodista Ibéyise Pacheco que lleva por nombre Sangre en el diván. El crimen de la estudiante Roxana Vargas, la investigación, una larga entrevista al psiquiatra Edmundo Chirinos, opiniones de especialistas y el juicio, son los capítulos de este libro que se lee de manera vertiginosa, para dejarnos atónitos por todo lo que revela del asesinato de la joven, y también de la sociedad venezolana.

Es un libro de investigación, de periodismo, que enaltece la profesión y que seguramente será uno de los más leídos y comentados del año. Un exhaustivo recuento de un crimen que cuenta con dos extremos: el del Dr. Edmundo Chirinos asegurando al tribunal, el mismo día que se dictó la sentencia, que: “…ni siquiera una infracción de tránsito he cometido. Nadie me ha demandado o se ha querellado conmigo, por nada. Nunca”.Y el de la madre de Roxana, que asegura: “Edmundo Chirinos es el asesino de mi hija. La violó y, tiempo después, la mató. Él es un asesino”.

Recordemos que el psiquiatra condenado fue Rector de la Universidad Central de Venezuela, candidato a la presidencia de la república por varios partidos -incluido el comunista-, electo diputado para la Asamblea Constituyente en 1999 en llave con Marisabel de Chávez, y atendió al Presidente en algún momento de su vida profesional.

Destaca, entre las revelaciones del libro, que al Dr. Chirinos se le encuentra —luego de las requisas policiales— un archivo con más de 1.200 fotos de mujeres y pacientes dormidas, medio desnudas o durante actos sexuales. Esto no nos lleva directamente al crimen de la joven Roxana, pero sí dibuja y nos familiariza con la verdadera personalidad de una de las figuras más mediáticas y cercanas al poder del jetset político-científico.

Este sólo hallazgo seguramente debe dejar sin aliento al gremio médico, a sus pacientes, a sus amigos y conocidos. Pero hay otro también significativo. En una carta encontrada en su computadora, dirigida a la madre de la joven asesinada, el Dr. Chirinos afirma: “Quiero que sepan que desde hace años que presido la Comisión de Ética, tanto de la Federación Médica de Venezuela como de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría (…) y sé por mi trayectoria, que constituyo un ejemplo para la colectividad médica del país”.

Probablemente esté allí uno de los descubrimientos indirectos más punzantes de esta investigación: la inmunidad que logran adquirir personalidades narcisistas y enfermas para luego actuar de forma impune. El comportamiento profesional “heterodoxo” del Dr. Chirinos era conocido en los cerrados ambientes universitarios y médicos.

Visto lo que narra el libro, no sería aventurado decir que su entorno académico y laboral fue peligrosamente laxo y no supo enfrentar con entereza lo mucho que se comentaba. Prevaleció una vaga complicidad como también la ha tenido la sociedad venezolana en el campo político, empresarial, militar o gremial con personalidades de dudosa reputación que logran blindar su aberrante comportamiento con cargos, amistades y reconocimientos.

Sin duda este libro nos devela un horrible crimen, pero también increpa a esta amplia y esponjosa sociedad de cómplices que ha tomado cuerpo entre nosotros, haciéndonos en alguna forma responsables de la sangre derramada en el diván del Dr. Chirinos.

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