jueves, 6 de septiembre de 2012

País de las maravillas

Por: Miguel Angel Latouche

Dicen por allí que la lengua es castigo del cuerpo, que el que mucho habla mucho yerra. Somos un pueblo peculiar, nos encantan los habladores de paja. Esos que hablan y hablan sin parar. ¡Ahhh! son el alma de la fiesta, se saben todos los cuentos y todos los chistes, le ponen sobrenombre a cualquiera sin pensarlo mucho. No les importa el qué dirán, terminan bailando con la más bonita de la fiesta, comiéndose todos los pasapalos, dándole un beso a alguna reina y agarrándole las nalgas a la dueña de la casa. 

Uno de esos carajos que arrima y bocha, que nunca ahorca la cochina. Todos conocemos y hemos sufrido a algún Barbarazo, sí, claro, uno de esos de quienes se dice que acaban con tó. Si uno les pregunta por su canción preferida terminan entonando a buen pulmón, casi siempre con muy buena voz y tratando de imitar al Carrao de Palmarito, aquel estribillo, ¿lo recuerdan?, "a quién no le va a gustar pedir y que le den fiao, dormir en chinchorro ajeno con aire acondicionao". 

Así, vivimos en medio de una irracionalidad social que se condimenta con la lógica de lo Real Maravilloso. La realidad es mucho más sorprendente que la ficción. Es así como vivimos en la ficción de ese País de las Maravillas que Lewis Carroll construyó para su Alicia. En este mundo del absurdo en el cual no pasa nada, en el cual no hay problemas, en el cual todos somos felices. 

Tomamos té con la reina de corazones, perseguimos conejos y hablamos con gatos que se desaparecen a voluntad. Basta con que usted esté de acuerdo con el gobierno para que todo esté bien. Si usted por equivocación se queja pues tenga cuidado, a lo mejor lo empiezan a perseguir las cartas de la baraja. El asunto es sencillo, no se queje, no diga nada, deje de pensar. La felicidad asociada a la obediencia ciega de esta religión civil que se nos impone desde el Panteón de los Nuevos Héroes de la Patria. 

Quizás un acto de prestidigitación nos permitirá abstraernos de algunas de nuestras tragedias cotidianas: Haga usted el intento, querido lector, ponga la mente en blanco, concéntrese, concéntrese. Trate de olvidar, trate de olvidar, trate de olvidar. Asuma la fe ciega. Déjese iluminar por el halo refulgente de quien nos gobierna y ya, pronto se dará cuenta de que todo es mentira. Usted había estado siendo manipulado por unos malvados que intentan confundirlo. La verdad es que el Lago de Valencia no está contaminado ni a punto de desbordarse; el Puente que se acaba de colocar en Cúpira es más arrecho que el de Angostura; acá no asesinan a nadie, ni roban a nadie, ni secuestran a nadie. ¿Vio?, ¿ya se dio cuenta? ¿No siente usted cómo la felicidad empieza a embargarlo? Ya no hace falta discutir los contratos colectivos, ya los sueldos y salarios empiezan a alcanzar, ya cede la inflación.

No apague el televisor durante la cadena, se trata de la Palabra revelada: Los accidentes mortales son un hecho común en cualquier complejo petrolero. Nadie es culpable, esas cosas pasan. Fíjese, para muestra un botón: esos malvados montan una alharaca diciendo que las consideraciones de seguridad industrial obligan a evitar que se construyan viviendas dentro de un radio de kilómetro y medio de distancia de los sitios de producción y procesamiento. ¿Explicación? Pues se trata de vainas del Imperialismo, para evitar beneficios para las clases populares. Siga tratando de olvidar, tratando de olvidar, tratando de olvidar. Hombre, no se queje del culto a la personalidad, disfrútelo, cáleselo. A fin de cuentas vivimos en un país al revés. 

Por ejemplo: El CNE no dice nada sobre las cadenas en el ámbito de la campaña electoral, ni le preocupa la posibilidad de que se utilicen recursos públicos en la misma. La verdad es que andamos todos medio locos. ¿Cómo es que esta semana amanecimos hablando de resultados electorales? ¿No se trataba de un simulacro? ¿Cómo es que hay gente repartiendo cargos públicos? ¿No es un poco prematuro? Si fuésemos lógicos hubiéramos dicho que las maquinas resultaron y que el tiempo de votación es el apropiado y que las captahuellas en efecto no afectan el secreto del voto. Yo, lo confieso, ando un poco confundido. Ponga la mente en blanco, ponga la mente en blanco. . . 

Pero son las vainas que pasan cuando uno vive en un país sin instituciones, que escribe su historia en clave de Realismo Mágico, esperando la llegada de Melquiades y rezando para que no nos salga un Rabo de Cochino. Mientras tanto pues que viva la bagatela y los barbarazos. Los países o se enserian o se joden. Nosotros no somos serios, por lo cual estamos jodidos.

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