domingo, 6 de marzo de 2016

La inflación y el milagro económico al revés.

Edinson Martínez
@emartz1


Con frecuencia se ha venido expresando que Venezuela presenta los niveles de inflación más elevados del planeta, todas las proyecciones que sobre el tema se hacen para el año en curso no hacen sino confirmar lo que por doquier se comenta. Desde los analistas internacionales, pasando por los locales, que son muchos y de muy variadas convicciones, hasta los ciudadanos de común vivir que la sufren en cada visita al mercado, concluyen que efectivamente si no nos encontramos en ese nada envidiable lugar, estamos pisándole los talones.   La inflación, como la alta temperatura del cuerpo humano, es la consecuencia de distorsiones o afecciones profundas del cuerpo económico de un país. Es de todas las anomalías la que con mayor rapidez  devora el sustento de los trabajadores y ni hablar de aquellos que no tienen una fuente de empleo segura o permanente. Es el camino directo al empobrecimiento progresivo de la sociedad,  y soporte, además, de las violentas  tensiones sociales que por norma general no tienen un final afortunado. La inflación, de ser una patología social desbocada,  deviene entonces, en un espinoso problema político para quienes dirigen la nación, en esencia, de eso se trata, de un problema político que demanda actuaciones en ese campo. El incremento en el nivel general de precios –para decirlo en otras palabras- una vez que toma vuelo -como es nuestro caso, en donde en muy corto tiempo se han vaticinado varias proyecciones, siempre al alza, a contrapelo de los anuncios oficiales para contenerla-, desarma al populismo, lo vuelve trizas, en cualquiera de sus variantes, porque sencillamente en su esquema no hay soluciones, y es allí donde quedan al desnudo toda la colección de yerros en el campo económico que precedentemente y de modo acumulativo se fueron tomando. La inflación es el actor político que socava la viabilidad y legitimidad de gobiernos, el mundo está lleno de sonoros y callados ejemplos a lo largo de nuestra historia contemporánea, y precisamente, esa senda la está transitando el gobierno de Maduro, cuya obstinación en un ensayo político con tan notorios y perseverantes errores en materia económica, no le auguran otra cosa que la salida por la puerta de atrás de la historia. No es posible contener la inflación en Venezuela con la misma receta bolivariana que por todos estos años se ha venido aplicando.  

Venezuela se ha convertido en un país de records negativos en el campo económico, hasta hace poco sus autoridades ignoraban el tema, lo soslayaban y como quien pretende esconder el sol con un dedo, la autoridad monetaria optó por no emitir los boletines con los indicadores de inflación para evitar, como es natural, el comentario colectivo y la respectiva valoración del desempeño económico junto a los otros indicadores que también son de obligatoria publicación.    Pero los ojos del mundo están sobre nuestro país. Somos el milagro económico al revés, nos convertimos en aquella parte del mundo a la que se debe estudiar para no cometer los disparates que ampulosamente se han exhibido como logros en todos estos años. 

La inflación, tal como ahora la conocemos, es un hecho nuevo para los venezolanos, nunca antes tuvimos indicadores que sobrepasaran reiteradamente los tres dígitos. Durante la dictadura de Pérez Jiménez, en el lapso 1951-1957, los niveles de precios se movieron en torno al 0.75 % anual, una especie de paraíso de la estabilidad de precios.  Para los primeros años de la democracia los números giraron cercanos y ligeramente  sobre el 1,5 %  anual -estamos hablando de los periodos gubernamentales de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni-, para el gobierno de Caldera la inflación se ubicó en 3,65% anual, era evidente que comenzaba una tendencia al alza de los niveles de precios en el país. Cuando llegamos al periodo de la “Gran Venezuela” de CAP los indicadores se dispararon a 9,86 %  -el triple del gobierno anterior-. El gasto público -otra vez el mismo detonante, pero sin las adicionales perversiones que hoy padecemos- descontrolado cuya principal base de expansión lo constituyeron los incrementos de precios del barril petrolero, comienza a incorporar a la nación en el tortuoso camino de los aumentos de los niveles generales de precios. Desde entonces, nunca más  pudo contenerse la inflación y nuestra economía la metabolizó  como un mal endémico. Esa es la verdad. Durante el siguiente quinquenio, en el periodo del hombre que arreglaba esto, según el decir de la campaña presidencial del bonachón y atinado refranero que muchos recordamos,  el promedio ascendió a 16,7 % anual. Y vale la pena detenerse un poco aquí. El gobierno de Luis Herrera Campins diseñó  su estrategia económica sobre la premisa de bajar el “recalentamiento de la economía”, corregir sus desequilibrios estructurales y la presión alcista de los precios, la visión estatista y dispendiosa del gasto público del quinquenio precedente, alimentada por las cotizaciones elevadas del crudo venezolano, constituían el anómalo cuadro económico que recibía aquel 12 de marzo de 1979 –mención aparte merecerían sus acotaciones y celebres referencia a la deuda externa generada por el gobierno de Carlos Andrés Pérez-. Al cierre de este lustro presidencial la inflación no cedió, casi duplica la de su predecesor.  Durante la gestión de Jaime Lusinchi el promedio anual rompió todos los records y se montó en 34,1 %  Los que siguieron CAP II y Caldera II son historia relativamente reciente, el pico mayor de aquellos años se lo lleva 1996 con el 103,2 % Periodos de mucha tensión política y militar en nuestra historia, sin embargo, fue en el  quinquenio del presidente Rafael Caldera II, cuando pudo revertirse la tendencia alcista del fenómeno -insisto, porque es bueno no perder detalles,  año tras año, la inflación había venido creciendo sin contención alguna desde la caída de la dictadura-.  La “Agenda Venezuela”, en ese sentido, fue la clave para torcer el brazo del incremento sostenido en los niveles de precios, del pico alcanzado en 1996, para el fin del periodo gubernamental, es decir, en 1998, la inflación alcanzó el 30 % -era la primera vez que un escenario así se presentaba- y de allí en adelante la tendencia a la baja se consolidaría.   

Cuando el gobierno del finado se inició en 1999, lo hizo con una herencia de control inflacionario que había resultado efectiva, con tendencia reiterada a la baja luego de 1996; además,  sin control cambiario, niveles de deuda externa manejables y precios internacionales del crudo en torno a casi los ocho dólares el  barril, que le agregaban a la gestión previa martirio económico a las metas gubernamentales. Cuando se mira en la distancia del tiempo las dificultades económicas e institucionales que vivió el país en esos años, es inevitable concluir –en un juicio desapasionado y razonablemente equilibrado- que fue una gesta haber cerrado el periodo con los indicadores que se le entregaron al nuevo gobierno. En 1999 los números de la inflación se bajaron al 20 % con lo que se confirmaba la tendencia que precedentemente se había marcado. Solo cuando el populismo cedió terreno al sentido común, fue posible dominar el demonio de Tasmania en que se había convertido la inflación en Venezuela.

Ahora bien, en los tiempos que se inician con el finado –especie de reencarnación de Bolívar,  según acuciosa observación de Daniel Ortega- era previsible que la inflación se descocara al final del camino,  como ahora precisamente la vivimos, nunca antes las cifras que perseverante y abruptamente suben por estos días, las habíamos padecido los venezolanos –en tiempos por cierto en que en todo el continente y en el mundo entero, las inflaciones elevadas, por sobre el 5 % anual, y 0,5 mensual,  son una suerte de rara avis, que suscitan interpelaciones y enconadas críticas  a ministros de economía-. Estas desproporciones del nivel de precios  son la consecuencia de lo que ya hemos dicho, la acumulación de todos los disparates que en el terreno económico que nadie en su sano juicio cometería. Una caída progresiva de la oferta de bienes por la destrucción irresponsable, cuando no perversa, de los factores productivos, que abarca desde la ocupación, expropiación, y apropiación ilegal de fincas y empresas de todo género. La dependencia absoluta como jamás se tuvo, de un solo producto de exportación, cuyos frutos se destinaron preponderantemente a convertirnos en una economía importadora, fuente de guisos y chanchullos que son noticia roja en todos los diarios. Una desquiciada expansión del gasto público solo sostenible  por mayor endeudamiento cuando los precios del crudo se desplomaron -como siempre ha sucedido durante todos los ciclos económicos mundiales-. Y finalmente la extensión del control de cambios por un tiempo más allá de lo necesario, cuyas flexibilizaciones, solo produjeron un engendro cambiario con tres tipos de cambios, contexto de  ventajosas condiciones para toda clase de manipulaciones cambiarias que con una frecuencia insólita en nuestros países, siempre terminan beneficiando a unos pocos bien conectados con el sistema.

Vivimos un momento muy difícil, no hay soluciones fáciles y de corto plazo para los problemas económicos del país. Pero es claro que con unas proyecciones de 350 % y últimamente 750% del nivel general de precios para este año, para cualquier gobierno la prioridad en materia económica tendría que ser el abatimiento de la inflación, y eso no es posible si no se actúa sobre  las causas estructurales que la originan, entre ellas, naturalmente, el propio gobierno del presidente Maduro.   Mención aparte ha de merecer el tema de la escasez, que en su momento abordaremos.

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