martes, 8 de junio de 2010

Recuerdos de El Moján

Por: Marcelo Morán

La primera vez que visité San Rafael de El Moján fue en1969. Iba con mis hermanos a conocer en la población de Isla de Toas a nuestra abuela paterna. Mi padre que tenía la costumbre de no salir a ninguna parte, -menos en semana santa- se levantó con la convicción de hacer ese viaje. No sé si fue iluminado ese día por efectos de un sueño, pero lo hizo: “Nos vamos a casa de mamá en Isla de Toas”, dijo en un tono de júbilo que no le habíamos conocido antes.

Esa sentencia me tomó por sorpresa; al principio no lo quise creer, porque yo tenía la convicción de que él había llegado al mundo como Adán. Jamás nos habló de sus progenitores. Pero nunca fue tarde cuando llegó la dicha de hacer una excursión como esa, y que disfrutamos hasta más no poder, en familia, hace más de cuarenta años.

Para llegar a ese inesperado destino, teníamos que pasar primero por San Rafael de El Moján, de donde se toman las lanchas para alcanzar cualquiera de las islas que se encuentran en la boca del lago de Maracaibo, y donde mi padre era todo un baquiano.

Dos años más tarde, en septiembre de1971, comencé a ir con regularidad, pues había iniciado la secundaria en el Liceo Hugo Montiel Moreno, que terminé cinco años después, en julio de 1976.

A lo largo de es tiempo conocí mucha gente, entre ellos, a don Pedro Palmar el mejor decimista del mundo. Un hombre que resume una parte de su vida a través de una hermosa espinela de cuatro estrofas, titulada: Constancia de un pescador que ha sido grabada por renombrados artistas nacionales y cantada como himno en todos los espacios insulares del Zulia.

Don Pedro es un hombre que siempre ha tenido una abundante cabellera blanca, que le da un aire de profeta bíblico, pero sin barba. Así lo distinguí cuando un día lo visité en su quincalla, que tenía como mural, la letra completa de la décima para que todo el que entrara pudiera apreciarla. Allí estaba sentado. Impasible, llevado por el teclear de su máquina de escribir portátil, que se torna en una suerte de invocación a las musas que no tardaban en bajarle las rimas consonantes para estructurar sus versos octosílabos con las que rendía tributo a su tierra.

Don Pedro es un personaje muy culto que pese a sus ochenta y seis años, convierte todavía cualquier conversación en una cátedra, que hace transitar como –él sólo sabe hacerlo- por los rincones más intrincados de la historiografía zuliana.

De su boca oí por primera vez el nombre del gran guerrero Nigale, cuyas hazañas describía con pasión, como si la estuviera recitando de un inédito libro de crónicas. Antes creí, que el cacique Maala (cascabel, en lengua wayuunaiki) o Maalakaiwou, (el cascabel nos acecha) epónimo del municipio Mara, y de la capital de nuestro estado, era el único héroe de la resistencia indígena del que la historia no da muchas luces, pero como cosa extraña, su nombre logró imponerse a tres fundaciones: primero a la del alemán Alfinger, y dos de los españoles Alonso Pacheco y Pedro Maldonado; manteniéndose invariable para la posteridad.

Y sus hazañas, narradas en décimas, gaitas y otros géneros folclóricos, llegaran a compilarse en publicaciones, pudieran llenar no sé cuantas bibliotecas del Zulia y de Venezuela, aunada a monumentos y plazas que han dedicado a su memoria. Si cuenta hoy con este reconocimiento, cómo sería si la historia hubiera certificado de su existencia. ¿Qué tal?

Treinta años más tarde, cayó en mis manos la última edición del libro El Cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo, que permitió documentarme un poco más acerca de este precursor aborigen, que mi compañero de bachillerato, Yldelfonso Finol, rescatara en esa interesante obra; planteada en un ensayo novelado y ameno, que rompe con la rigidez de la que nos tiene acostumbrado los latosos textos de historia, para darle a la zulianidad, otro héroe, que vivía preso en los pesados escombros del olvido.

Otra de las cosas que no entendí de mis vivencias por El Moján, fue la destrucción de la vieja plaza Bolívar en el año 1975. Era una plaza colonial, hermosa, de encumbrados pinos que competían en altura con la torre de la iglesia de San Rafael, que a la naturaleza le costó medio siglo para alcanzar la frondosidad que exhibieron en un ambiente salitroso donde sólo se enseñorean manglares y cocoteros.

Aquella misteriosa resolución de demoler la vieja plaza vino del ayuntamiento marense, para plantar en su lugar, –dos años después- una plaza de concreto, desierta, porque hubo que esperar casi dos lustros para que las plantas que la iban a ornamentar pudieran florecer.

Lo único que valió la pena de aquella insólita transformación fue un nuevo monumento al Libertador, que no tuvo en la mayoría de la población el beneplácito esperado, pues con ella se desató la controversia más larga del municipio, y pese a transcurrir hoy treinta y tres años de su inauguración, aún se mantiene. Porque la gente estaba acostumbrada a ver a un Bolívar pedestre: envuelto en un manto, al buen estilo de los césares, y montado sobre un caballo encabritado como aparece en la mayoría de las plazas de Venezuela y el mundo.

En cambio, ésta representación rompía con el esquema de semidiós para mostrar una cabeza de un metro de altura, tallada en bronce por el laureado artista zuliano Nicanor Fajardo, que simboliza a un Bolívar de carne y hueso, y quien sabe, si uno pudiera interpretar los designios de Dios, salió del Panteón Nacional para venir a morar a la tierra de Maala y Nigale en busca de la paz que tanto ansia su alma.

1 comentario:

  1. FELICITACIONES POR TAN GRANDE INFORME LA MAYORÍA DE LOS ZULIANOS EN ESPECIAL LOS ISLEÑOS NO SABÍAMOS ESA HISTORIA,SI SABE ALGO DEL GENERAL URDANETA SAQUE TODO LAS SEMANAS ALGO QUE NOS ORIENTE NOS ENSEÑE A QUERER MAS A NUESTRO HÉROE,YO CREO QUE BOLÍVAR NO TODO LO HIZO SOLO,LA HISTORIA SOLO NOMBRA A BOLÍVAR Y SUCRE,SIGA ADELANTE

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