sábado, 27 de noviembre de 2010

Lecciones de la historia

Por: Alexis Márquez Rodriguez

Una
de las conclusiones del libro La rebelión de los náufragos, de Mirtha Rivero, es que la destitución de la presidencia de Carlos Andrés Pérez fue un error, pues dañó las instituciones fundamentales del país y de la democracia instalada en enero de 1958.

Ello podría interpretarse como una defensa del ex presidente y de sus dos mandatos presidenciales. Nada más equivocado.

Sin negar lo positivo que pudiera señalarse en los dos gobiernos de Pérez, y en general en los cuarenta años de democracia post 1958, no podemos soslayar que esos gobiernos fueron muy perjudiciales al país, en particular por el descarado ejercicio de la corrupción.

Y el hecho de que los niveles de corrupción alcanzados en los últimos diez años sean muy superiores a los de entonces no puede justificar, ni siquiera minimizar la de Pérez y algunos de los personeros de su entorno.

No hay dudas de que lo que hoy vivimos en Venezuela es consecuencia del fracaso de la democracia de aquellos años, por la incapacidad de Acción Democrática y Copei para establecer un sistema verdaderamente democrático y moderno, tanto en lo político como en lo social.

Es evidente que fueron varios los factores que determinaron ese fracaso de la democracia, entre ellos la paradójica política antipolítica y antipartidos practicada por notables figuras de la intelectualidad y por los medios de comunicación. Pero otro de esos factores fue la destitución de Pérez, cuando faltaban apenas unos meses para el final de su mandato.

Destitución que venía a justificar los fallidos golpes militares de 1992, al poner en evidencia lo dañino de aquel gobierno, al cual no obstante ha debido dejársele terminar su período.

No creo, sin embargo, que la destitución de Pérez haya sido producto de una conspiración, sino de una conjunción de factores desafortunados, de cuya peligrosidad casi nadie se dio cuenta.

Al contrario, todos nos alegramos de que Pérez hubiera sido echado de Miraflores, y hasta se creyó que aquello era una inequívoca señal de madurez y fortaleza de la democracia. Los hechos posteriores, lo que hoy ocurre en nuestro país, nos han hecho ver lo equivocado de aquella creencia.

Lo inquietante es que, pese al invalorable logro de la unidad de la oposición para enfrentar al actual régimen, comienzan a verse síntomas de que los partidos tienden a reincidir en los errores del pasado, particularmente en sus actitudes sectarias.

Y no sólo los viejos partidos, pues los nuevos parecen padecer de los mismos vicios y errores, esos que nos trajeron al desastre del presente.

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