sábado, 13 de abril de 2013

El voto castigo

Por: AMÉRICO MARTÍN

Cada vez que me tropiezo con una elección, sea cual fuere el país considerado, veo brotar la ratio del voto castigo. Doy fe de que no siempre funciona pero también de que a veces lo hace. Comentaré a continuación una de esas veces, una sola, que para mayor comodidad del lector se refiere a nuestro atormentado país.


Aunque el título pudiera dar a pensar que en las líneas subsiguientes cometeré el error de infringir la normativa electoral, mis lectores descubrirán ­apenas pasen la vista por ellas­ que no hay tal. No hago propaganda electoral y ni siquiera menciono a los candidatos que se enfrentan este domingo 14 de abril. Suerte para ambos.

Cada vez que me tropiezo con una elección, sea cual fuere el país considerado, veo brotar la ratio del voto castigo. Doy fe de que no siempre funciona pero también de que a veces lo hace. Comentaré a continuación una de esas veces, una sola, que para mayor comodidad del lector se refiere a nuestro atormentado país.

¿Recuerdan el histórico Viernes Negro que estremeció al gobierno copeyano de Herrera Campins? Creo que una radiografía de los sucesos de ese día puede darnos la pauta para comprender cuándo y cómo opera el llamado voto castigo.

Los cuatro jinetes del apocalipsis eran la presión de los acreedores, el déficit fiscal, la caída del precio del petróleo y una precipitada fuga de divisas. Asediado por esas furias, el gobierno decidió devaluar el bolívar. El Viernes Negro, fue eso: una dolorosa devaluación, no dos, apenas una.

Nuestro bolívar pasó de 4,30 por dólar a entre 12 y 15. La gente sintió el golpe en la boca del estómago. No entendía el lenguaje de los técnicos pero sabía harto bien lo que significaba la pérdida de capacidad adquisitiva de su salario.

Porque así son las devaluaciones. Al principio, su nombre no está al alcance del hombre de la calle, pero sus efectos sí que lo están, y suelen ser demoledores.

El problema fue también la época: 18 de febrero de 1983, último año del período constitucional. Era evidente que el malestar mostraría su rostro en las elecciones. Si tú me tocas el bolsillo yo te castigo con el voto. Hasta el más inocente pudo anticipar la caída de Copei y la subsecuente victoria de AD. Jaime Lusinchi le sacó más de veinte por ciento a Rafael Caldera.

El presidente Herrera impuso un control de cambios (Régimen de Cambio Diferencial mejor conocido con las siglas de Recadi) para que las reservas en dólares no huyeran en estampida al extranjero. Como ocurre siempre, la corrupción estalló en toda su podredumbre y se proyectó al gobierno que estaba por nacer.

Se identifica RECADI con Lusinchi porque aunque lo decretó el régimen anterior, cubrió todo su período. También se le recuerda como manadero de corrupción y de grotesca impunidad.

Puede decirse que el viernes negro le cambió la faz al país. El desengaño social, las protestas continuas, el profundo desajuste de la economía y la caída del tradicionalmente alto nivel de vida de los venezolanos hicieron pensar que la estabilidad democrática había desaparecido, dando paso a desesperadas confrontaciones sociales.

3 Para evitar su inexorable caída, Copei esgrimió el mito contra la realidad social. Postuló a su legendario líder, Rafael Caldera. Venía de un primer gobierno engalanado por el éxito de su audaz política de pacificación. Pero esa arma no sería suficiente para que el hombre fuera reelegido.

La pacificación contó con la seriedad de los presos políticos beneficiados. Para Caldera fue un riesgo calculado. Sabía cómo pensábamos porque nuestras discusiones eran públicas y por eso comprendía que puestos en libertad no correríamos a empuñar las armas sino a construir nexos legales con la sociedad.

Claro, nunca segundas partes fueron buenas y por eso cuando más tarde en un nuevo gobierno repitió esa política, pasó por alto las turbulencias emocionales e ideológicas de los nuevos pacificados. Pero esa historia me aleja del tema.

El prestigio de aquella pacificación adornó a Caldera. Sería ese su principal aval para emprender la nueva aventura electoral. La misión del fundador del partido era remontar la cima desde la que había se desplomado el gobierno copeyano como consecuencia del Viernes Negro. La devaluación aplicada por Herrera no podía ser olvidada porque el pueblo la estaba sintiendo en la carne.

Para engañar al fatal voto castigo quedaba el peso del viejo líder. El desnivel entre el candidato oficial y el retador parecía muy pronunciado. Caldera era una personalidad mundial, un ilustre profesor y jurista laboral. En fin: uno de los padres de la democracia. En tanto que Lusinchi era un hombre de lo más corriente.

Caldera trató de hacer valer sus credenciales intelectuales en un debate público, que Lusinchi eludió mientras le fue posible.

Presencié aquel debate en un restaurant de Las Mercedes. Observé el talante de los rivales antes de que se iniciara el programa. Caldera, tranquilo, seguro; Lusinchi, algo desconcertado. Nadie esperaba un resultado distinto a la victoria del intelectual pero por eso mismo se pensó que las posiciones electorales no se alterarían sensiblemente.

El problema es que el contrapunteo no premió al favorito y no por la solidez o no de los argumentos presentados ­en ese sentido Caldera me pareció superior­ sino por lo que el país "percibió". Muchos vieron ganar a Lusinchi, otros se pronunciaron por un empate, que fue equivalente a una victoria, por tratarse del candidato en principio menos fuerte.

Si un triunfo de Caldera no hubiera cambiado sensiblemente las inclinaciones electorales, una derrota o algo parecido tuvo el efecto contrario: el modesto Lusinchi le sacó más de 22% de ventaja a su célebre contendor La arquitectura del voto castigo comenzó a construirse con una devaluación y terminó con el cambio del gobierno. Que la historia lo registre, Señor.

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