domingo, 7 de febrero de 2010

El país posible

Por: Vladimiro Mújica

Ser optimista en la Venezuela de estos tiempos parecería una ingenuidad suprema. Mucha gente me ha referido la desdichada frase del infame reverendo norteamericano Pat Robertson, quien dio su propia explicación del terremoto en Haití: el país fue desvastado por una maldición resultado de haber suscrito un pacto con el diablo.

Bajo este argumento, los venezolanos estamos pagando una conducta arcana que nos trajo a Chávez. Otra gente me ha citado con frecuencia la maravillosa frase de Antonio Gramsci: El pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad, para transmitirme que todo análisis racional de la situación venezolana lleva a ser pesimista y que lo único que se puede hacer es mantener la voluntad, a veces el voluntarismo, de resistir.

Sin ningún ánimo de ser ingenuo, y más bien apelando al realismo más cínico y brutal creo que hay muchas razones para ser optimista. Hace unos días en un editorial del Washington Post se analizaba la situación venezolana y se trataba en detalle el profundo fracaso de la mal llamada revolución bolivariana.

Uno a otro se tocaba en sucesión los fracasos nacionales e internacionales del chavismo y su líder supremo. El desastre de Honduras, el aislamiento continental, el fracaso de sus aventuras en Colombia, la corrupción nacional, el desencanto creciente de la gente con un gobierno corrupto e incapaz, el cataclismo del manejo de la crisis del agua y la electricidad, la inseguridad y, finalmente, la economía.

Pero más allá de todas los fracasos de esta década perdida para Venezuela, está el hecho sicológico y muy importante de que el ideario chavista no ha logrado prender en los corazones de los venezolanos.

Nuestra herencia de la tribu, como magistralmente llama Ana teresa Torres a la colección de atavismos históricos que nos impiden lograr un mejor destino para Venezuela, llevaron a muchos de nuestros compatriotas a creer en el espejismo chavista ante las carencias de una democracia que no se enfrentaba al problema de la exclusión social.

Pero la gente, incluso muchos chavistas y más de un oportunista disfrazado de opositor, ya no le cree a Chávez. Quizás le teme y mucho más lo tolera porque distribuye dádivas y permite que muchos se enriquezcan si aceptan su liderazgo. El chavismo ha perdido de manera irreversible el alma y el corazón de los venezolanos. Chávez lo sabe y es sólo cuestión de tiempo que ese estado de ánimo se exprese irreprimiblemente.

El chavismo como ideario está derrotado, pero la capacidad de daño del régimen es todavía muy grande. La violencia gravita pesadamente sobre nuestras vidas. La capacidad de las armas está solamente en un bando, así que la ruta de una salida violenta y caótica siempre perjudicará a la salida democrática.

La construcción del país posible, donde se reencuentren los venezolanos, depende crucialmente de que las elecciones a la Asamblea Nacional cobren la fuerza de un plebiscito sobre la permanencia de Chávez en el poder. Hacia allá deben dirigirse nuestros esfuerzos.

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