lunes, 21 de diciembre de 2009

El rostro de 2010

Por: Alonso Moleiro

Se va un año que, como quedó reseñado, fue inusualmente arisco y difícil. A las complicaciones cotidianas que de natural hemos tenido que enfrentar como país en cada lustro, se fueron sumando otras, producto de la ineptitud de un gobierno que, queriendo sin querer, lo único que hace es complotarse en contra del bienestar general.

Deficiencias de servicios y zozobras en materias como la inseguridad personal a las cuales habría que sumar estupideces acumuladas en cada mes, como aquella de la democracia del espectro radioeléctrico ­con la asignación a la frecuencia concedida a la Asamblea Nacional ya vimos que, en lo tocante a estos temas, por "democracia" el Gobierno sólo entiende espacio para ensanchar su burocracia­ o la otra tarugada de la república comunal: un gobierno que ni siquiera saber hacer que los semáforos funcionen pretende que le creamos que puede parir una replica tropicalizada de los soviets.

No hay que engañarse, no promete demasiado el 2010. Si la existencia de la física existe deberían los números de encuestas y elecciones tomar nota del descontento popular producto del deterioro de la calidad de vida de todos.

Descontento éste que, de materializarse, como siempre, no encuentra expresiones políticas acabadas. Ya hemos presenciado cómo ha quedado vulnerada la lógica de la política convencional en todos los lances anteriores

A quienes hemos decidido quedarnos, nos toca conjugar con sensatez y responsabilidad la pelea por salvar a este país. El alto gobierno trama un perverso plan para no dejarle espacio a nadie más, ni siquiera a aquellos de sus compañeros que discrepen, siempre postulando imposturas a nombre de la causa popular.

La estructura misma de la nación que conocimos podría conocer una terrible metamorfosis. No se trata, necesariamente, de casarnos con todas las bondades y miserias de la nación.

Todo el mundo puede decidir en su fuero personal que quiere vivir, si le provoca, en otro lado. Hablamos, en este caso, de algo más estructural: tener país al cual regresar el día en que decidamos volver.

El Gobierno cuenta con sus simpatías, pero cada vez esconde con menos decoro qué se trae entre manos con su disparatado proyecto, y la distancia entre los que Chávez postula y lo que el grueso de sus seguidores espera se va ensanchando objetivamente.

En eso consiste la tibieza de la gente recogida en todas las encuestas y ese debe ser el epicentro de un movimiento nacional destinado a que la nación recupere la cordura en los dos años que quedan.

¿Serán suficientes los índices de criminalidad, la deficiencia de los servicios, la probada estulticia de la plana mayor que nos gobierna, la quiebra de Guayana, la comprobada circunstancia de que el país no camina, que llevamos diez años dando vueltas en torno a un montón de estupideces superadas en todo el mundo para que la voluntad de las masas se desplace a otra parte?

¿Estará el Gobierno en capacidad de imponerle su voluntad al país aún si llega a estar en minoría? ¿Podrá la oposición superar sus lastres para presentar una alternativa que nos permita enderezar el rumbo?

No voy a decir que es seguro, pero yo siento que las condiciones tienen rato madurando, lenta pero progresivamente.

Entretanto, quienes, aún sabiendo que, viviendo en Madrid o estudiando en Canadá, no tenemos en nuestras mentes otra oficina que no sea ésta, otro registro de afectos que nos complete de igual forma, otra forma de ser ciudadanos del mundo, tenemos que, al mismo tiempo, arrear con todo para intentar ser felices con nuestros hijos y familiares mientras libramos una batalla que definirá cómo viviremos en la décadas que siguen.

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