lunes, 21 de diciembre de 2009

Mi amigo Wuilly

Por: Marcelo Morán

Hace treinta años, cuando se producía un secuestro había una conmoción que sacudía los cimientos de todo el país. No era común, ni siquiera en los tiempos gloriosos de la guerrilla política que intentó sembrar base en la década de los sesenta. Hoy, las cifras son tan alarmantes que cualquier hecho que se registre en cualquier parte de la nación se ve como algo normal.

Desde ese tiempo se hablaba de la inseguridad y de otros flagelos que le hacían comparsa: como la corrupción, que empezaba a socavar de manera terrible los estratos de la sociedad al extremo de que no había ningún organismo en Venezuela exento de sus tentáculos.

Es por ello que ahora traigo a colación el caso de amigo Wuilly, a quien conocí 1973, en Maracaibo, después de instalarme con mis padres en la urbanización La Marina, adonde habíamos venido a parar procedente de las Parcelas de Mara.

Ambos éramos adolescentes y jugábamos pelota con otros vecinos en las desiertas calles de la recién fundada San Jacinto. Wuilly era un perreroso incorregible que resolvía las desavenencias del juego a trompadas. Terminó el bachillerato a fuerza de reparación y luego, entró en las filas de la policía estadal. Al cabo de un año vi su fotografía en uno de los diarios de Maracaibo.

Había sido expulsado del cuerpo policial por su mala conducta basada en casos puntuales de extorsión y otros delitos. De allí no lo vi más hasta los primeros días enero de 1980, cuando me tocó entrar por casualidad a un restaurante de especialidades del mar en la avenida Bella Vista.

Ése día yo tenía una entrevista para entrar al hoy extinto Banco de Maracaibo luego de culminar con éxito un largo y aburrido curso de computación. Entré al restaurante a efectuar una llamada telefónica para corroborar la hora de la cita. Allí estaba Wuilly: se veía muy elegante, flanqueado por dos damas y otros dos caballeros. Disfrutaba de un banquete digno de un ejecutivo: había dos botellas de escocés de la marca más codiciadas del planeta. Una rueda de mariscos, tan hermosa, que parecía uno de los tapices guajiro diseñado por el también desaparecido artista Luis Montiel, un reloj de impresionante brillo se mecía en su muñeca de lado a lado.

Cuando se dio cuenta de mi presencia, exclamó:

-¡Hermano mío!

-Sentate. Conozcan a Marcelo. Echate un palo. Vamos a comer –decía emocionado.

Yo, más que alegre, estaba sorprendido por los signos de opulencia que mostraba el inefable amigo Wuilly.

“ En que andará éste”, me decía a mi mismo conociendo muy bien sus correrías.

A pesar de que era hora del almuerzo no deguste ninguna pieza de los exquisitos mariscos. Le dije que no podía libar licor, pues en escasos minutos tendría una entrevista, y se iba a ver de mal gusto que percibieran un olor a aguardiente, sobre todo de quien aspiraba a ser reclutado como trabajador, así fuera del whisky más caro del mundo. De modo que se quedó tranquilo, rememorando algunos pasajes de nuestra adolescencia.

Hice un paréntesis para realizar la ansiada llamada, y luego de varios minutos me despedí de todos con premura, pues por nada del mundo me perdería esa cita de trabajo.

Era la hora del tráfico pesado y en que el sol maracucho se empeñaba en hacer sus estragos. Después de veinte minutos de calurosa espera, paró un por puesto. Y justo cuando lo abordaba vi a Wuilly saliendo a toda prisa por la puerta de emergencia junto a sus tres acompañantes, detrás de él, un tumulto de gente trataba de librarse a toda costa de un chorro de humo que empezaba a escaparse también a través de la misma salida.

El tráfico se detuvo y un aluvión de curiosos nos quitó en segundos la visibilidad.

-¡Explotó la cocina del restaurante! –grito alguien en la confusión.

El carro arrancó y pude llegar a mi compromiso con media hora de antelación. El resultado de la entrevista me hizo olvidar de una vez el incidente, pues al otro día me estaba estrenando como empleado de la “Entidad bancaria más sólida y antigua del país,” como era el lema del banco. Sin embargo, en el reposo del almuerzo visualicé un periódico. Le di una ojeada y en la última página estaba la noticia:

“Explotó bomba lacrímogena en restaurante”.

Diez personas fueron atendidas de emergencia en el hospital más cercano por presentar severos problemas respiratorios, decía además el rotativo.

Doblé el periódico y enseguida me acordé de mi amigo Wuilly.

No hay comentarios:

Publicar un comentario