Por: Argelia Rios
El comandante se siente inseguro. A dos meses de las elecciones no logra experimentar la satisfacción de una victoria anticipada. Su instinto le habla en voz baja y no le trae buenas nuevas. Las certezas le son ariscas: el panorama electoral le resulta extremadamente anormal. Nunca había visto algo así. El temor es elocuente: Capriles se les ha convertido en toda una celebridad y no hay manera de opacarlo. Para colmo, las encuestas no reconfortan al jefe bolivariano: a Chávez le preocupa que los estudios de opinión pública no consigan unificar criterios en relación con el potencial de su retador. Tiene clara cuál es su propia fuerza, pero desconoce la de su contrario.
El Presidente está angustiado y con razón: los números de Capriles oscilan entre un 29 y un 51 por ciento. El asunto no le huele bien; antes por el contrario, le causa muy mala espina: es así como se producen los tsunamis en la política.
La situación se asemeja a la niebla espesa. Ninguna de las mediciones electorales anteriores le había planteado semejante incertidumbre: Chávez nunca imaginó que su reelección le colocaría ante el desafío de asistir a unos comicios desconociendo el verdadero peso de su contrincante. Capriles tiene bien claro quién es y con qué cuenta su adversario.
El comandante, en cambio, camina a tientas, desprovisto de precisiones y exactitudes: por primera vez los porcentajes forcejean con "la calle", que -ruidosa e impenitente- se amuralla para contradecir los mejores números del jefe bolivariano... Que Capriles se pasee, en una u otra encuesta, entre un 29 y un 54 por ciento, no es un buen síntoma para "el proceso". El Presidente, como el país, no sabe a qué atenerse y debe parecerle increíble acudir a la madre de todas las batallas con dudas acerca de la naturaleza del apresto y de la capacidad de fuego de su enemigo.
En todo esto piensa Chávez cuando advierte sobre el triunfalismo de la revolución.
El jefe bolivariano tiene olfato y reconoce rápidamente el peligro... Además de las contradictorias estadísticas a las que Chávez entiende como nadie, el comandante está resintiendo duramente de la lozanía y apostura de su rival. Capriles no moja pero empapa y es él quien ahora levanta polvaredas en los caminos de la Venezuela profunda. La vehemente propaganda oficialista confirma las angustias de Palacio: en ella se advierte que la revolución se siente añeja y reactiva. Pero no es para menos. Capriles no sólo le expropió la calle y la agenda a la revolución: ha dificultado el trabajo a las encuestas de opinión pública y ha puesto al gran hegemón en el apuro de asistir a su más crucial elección sin saber con qué se va topar cuando caiga la noche del 7 de octubre.
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