martes, 24 de abril de 2012

Socialismo como problema

Por: Fernando Rodriguez
Decía Norberto Bobbio que debería haber una manera de sintetizar liberalismo y socialismo, pero que no estábamos maduros todavía para semejante tarea. Dicho en otras palabras se trataría de amalgamar los inalienables derechos del individuo (liberalismo) con la equidad, la repartición más o menos igualitaria de los bienes terrenales, y espirituales, entre ciudadanos y países (socialismo). A mí esa frase me convence y me conmueve.

Pienso que el socialismo, derrotado en todas sus formas reales, sigue existiendo como un lugar de llegada del largo camino de la humanidad, como una idea reguladora kantiana que orienta desde muy lejos y muy arriba, como las estrellas, las lentas, confusas y contradictorias acciones de los hombres. Más simplemente un ideal, que es una forma de existir tan válida ontológicamente como cualquier otra, a veces más importante que la realidad misma.

Cuando el señor Fukuyama anunció hegelianamente el fin de la historia, asunto que después corrigió, estaba diciendo una cosa muy sensata, muy inteligente.

Y por ello tuvo la repercusión que tuvo en tantas latitudes. Como se sabe, la tesis sostenía que no había otra idea viable, ni la habría en el futuro, para confeccionar las sociedades que la economía de mercado y el Estado liberal. Y de verdad que no la había, a menos que uno se hiciera fundamentalista islámico o, como el descarriado de la casa, se metiera por el canal equivocado, contrario, de la autopista de la historia y pensase llegar a algún sitio que no fuese el desastre. En nuestro caso más estrepitoso no puede ser el ejemplo.

Pero es evidente que se trata de una afirmación de espectro limitado. El mismo japonés reconoció que la vorágine tecnológica nos podía llevar a escenarios impensables y totalmente novedosos, o sea que no había tal fin. Yo no apelaría a esa revolución alucinante sino más modestamente a que no es posible mantener las enormes diferencias actuales entre los hombres sin que esto termine por explotar de alguna forma, a favor de los pocos privilegiados o de los muchos jodidos o del fin de la especie.

No es posible que la expectativas de vida de algunos países del África negra apenas supere los cuarenta años y la de los países del primer mundo alcance ya más de los ochenta.

O como ha dicho el sensato presidente Obama no es viable la monstruosa distribución de la riqueza en Estados Unidos y que el norte de la nación deberá ser en lo inmediato la búsqueda afanosa de la equidad, que las secretarias no paguen más impuestos que sus jefes multimillonarios. Y, para no irnos muy lejos, colóquese en innúmeros lugares de la ciudad de Caracas donde vea una imponente y moderna edificación y al fondo el enjambre de ranchos sobre una colina. Haga la foto con su celular.

Bueno, para acabar con eso que más que a nuestros deseos algo quiméricos y vacíos de igualdad apela a nuestro más sanguíneo y espontáneo sentimiento de fraternidad, de rechazo del sufrimiento ajeno, el motor que nos permitirá entrar en esa tierra todavía incógnita de que nos habla Bobbio, de un mundo más de todos, más pacíficos y saludable para caminar por las mañanas para bajar de peso.

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