martes, 31 de agosto de 2010

El holocausto venezolano

Por: Asdrubal Aguiar
El marxismo teóricamente predica la igualdad entre los hombres, sean varones o mujeres. Hace de tal principio una suerte de dogma, al punto que le subordina la idea de la libertad y el resto de los derechos, sean civiles o políticos. En nombre de la igualdad, incluso, cesa la experiencia republicana y democrática -o se la manipula en sus formas para vaciarla de contenido- dentro de países en los que el modelo de socialismo comunista se instala, como en Venezuela, a pesar de ser éste un fósil prehistórico.

El socialismo del siglo XXI, que es marxismo puro y duro, concentrado, comunismo a secas como lo admite el propio Esteban luego de que su anciano jefe político, Fidel Castro, autoriza su revelación, le canta por lo mismo a la igualdad aun cuando entiende que se trata de igualación de todos por el rasero, en ese mínimo nivel de subsistencia que hace cuna en La Habana desde hace más de medio siglo. Todos somos pobres y paupérrimos para la revolución de Esteban y como lo dicta la idea del hombre nuevo del guevarismo.

El asunto es que un proyecto económico y político de tal naturaleza, en su intento de realización, que es contra natura y nulo durante el siglo XX concluido, cuando menos reclama de liderazgos consistentes y coherentes, sacrificados, capaces de dar el ejemplo y éticamente comprometidos. Pero a la luz del experimento en curso, que tiene por presa a los venezolanos, lo que se advierte es la conducción, a manos de un soldado trucho, farsante y de múltiple personalidad, de un barco sin rumbo lleno de filibusteros.

La realidad es que Esteban le compra a Castro y a su logia del G2 una idea de poder que le es útil, con vistas a su único propósito: permanecer en el palacio de Miraflores y usufructuarlo como Juan Vicente Gómez, hasta que la vejiga le reviente y lo envenenen sus orines. Si acaso le llega a mano otra fórmula, incluso Vaticana, distinto puede ser el contrapunteo del truhán de Sabaneta, no hay duda. De modo que, como los alebrijes de Oaxaca -animales fantasmagóricos con caras que varían- cambia éste de norte y credo al ritmo de su miedo existencial. Ayer le hace la guerra a Juan Manuel Santos y hasta lo demoniza, pero hoy se le muestra sumiso, servil hasta la indignidad y para humillación de sus camaradas, a quienes envía hasta la frontera caliente para que allí dejen sus alientos y se multipliquen las viudas: ¡Patria, socialismo o muerte!

Esteban, como los hechos lo dictan, es en esencia un glotón de las alturas, cuya envidia genética e intestina le reprime y le torna en un impotente frustrado, por amamantarse a diario sobre sus traumas de infancia. De allí que odie la inteligencia y le causa depresión el éxito y bienestar ajenos.

No cree, por ende, en la igualdad, como los auténticos marxistas. De allí que discrimine a los blancos y a los ricos, tanto como Adolf Hitler, en búsqueda de su hombre superior, hace a un lado y asesina a los judíos. No cree que unos u otros de los suyos posean igual dignidad, porque él mismo, en su desvarío terminal, se imagina a sí Júpiter tonante. Menos considera que sus opositores políticos tengan vida humana racional, pues, según su visión, son muertos civiles. Por eso, en su momento, auspicia las Listas Tascón y Maisanta, que sobreviven a los "cancerberos" de la muerte.

No por azar, con saña digna de cabos nazistas -esos que durante la Segunda Gran Guerra cuidan las puertas de los crematorios -Esteban celebra la exposición pública de la vivienda familiar y los enseres íntimos de Nelson Mezerhane, su esposa e hijos, a través del canal del Estado. Y como prolongación del mal que encarna dentro de sus pellejos, ocurre lo mismo con su discípulo, el imberbe Izarrita, quien ríe ante el holocausto venezolano- más de 120.000 homicidios durante la década -y en su museo, la morgue de Bello Monte.

Restarle importancia, además, a las 120.000 toneladas de alimentos que deja podrir como Administrador de la Hacienda Nacional o las 800.000 restantes que paga y se roban los suyos, pero que no llegan a los estómagos enjutos de nuestros Juan Bimbas, y afirmar que el Hospital Pérez de León no tiene derecho a dineros del Estado pues sus enfermos están proscritos, por opositores, muestra a Esteban como lo que es: un fascista consumado y aventajado, heredero de los criminales de lesa humanidad que juzga el Tribunal de Nüremberg por creyentes en la discriminación racial y política.

Pronto, si el 26S desborda la paciente indignación del pueblo venezolano, lo veremos en La Haya. Así lo pide Uribe, y también Diego Arria.

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