lunes, 23 de agosto de 2010

Los antihéroes de la revolución

Por: Vladimiro Mújica

La aureola
que de tanta utilidad le ha sido a los chavistas, la de revolucionarios comprometidos que están peleando por los pobres y por el bienestar del país va en mengua creciente.

No se trata de que alguna vez fuera verdad. Nunca lo fue. Pero mucha gente lo creía y con el telón de fondo de la injusticia social que existe en Venezuela resultaba plausible que esa misma gente confiara en Chávez y su movimiento.

En cierta manera, más que la oposición, los mismos chavistas se han encargado de destruir su imagen. La última adición a la galería de antihéroes de la revolución es Andrés Izarra, a quien el imaginario popular ya bautizó como la Hiena Izarra.

Nada que hacer al respecto, es una tradición venezolana el ponerle remoquetes a la gente que eternizan su conducta en un momento estelar u oprobioso.

Pero más allá del remoquete, la risa irrespetuosa, insolente y provocadora de Izarra, frente al hecho innegable de la violencia endémica que desangra al país, tuvo el efecto beneficioso de exponer la cara más detestable de la oligarquía chavista frente a sus propios partidarios.

No dudemos pues que el mismísimo comandante esté enojado con las travesuras de Izarra por haberle dado munición a la oposición en un momento crítico cercano a un evento electoral.

Los antihéroes del chavismo surgen por los intentos de emular al comandante sin tener las capacidades histriónicas y el carisma de Chávez.

Para la corte de adulantes que lo rodean, si el Jefe dice una vulgaridad, ellos añaden un insulto de su propia cosecha. Si el Jefe agrede, ellos maltratan.

Es una dinámica perversa en la que para hacerse amable a los ojos del Jefe sus lisonjeros se envilecen y terminan por convertirse en una carga para la propia causa revolucionaria.

De hecho, su imagen y sus acciones se transforman en recordatorios permanentes del porqué es necesario que el país se saque el yugo chavista de encima.

A los antihéroes odiosos y evidentes, se les une otra plaga que corroe al chavismo en sus entrañas: los corruptos y los incompetentes de oficio que hacen de la acción del gobierno un tremedal que sólo se sostiene por el chorro de dólares petroleros.

La situación al interior del movimiento no es menos precaria: desprovista de carga ideológica alguna, las pugnas intestinas en el chavismo se manejan con reglas muy simples de supervivencia: No ofender ni contradecir al Jefe. Jalar a quienes estén arriba. Aplastar a los de abajo. Transarse con los del mismo nivel.

Todo ello para hacer avanzar los intereses grupales o personales al margen del interés de la gente. Es lo que inexorablemente ha ocurrido con los movimientos políticos totalitarios cuyo único propósito es auto-perpetuarse en el control de una sociedad.

Qué los sigue sosteniendo en el poder a pesar de que ya son su propio pasado y que no tienen nada que ofrecer a Venezuela, es algo que alguna vez entenderemos sobre nuestro propio modo de ser como ciudadanos y como sociedad.

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