viernes, 20 de agosto de 2010

La otra morgue

Por: Elizabeth Araujo

Si usted se asoma por un instante a los programas de VTV o de las ocho televisoras que están al servicio
del Gobierno y del PSUV, notará que su país está feliz.

Que no hay crímenes ni inflación ni desempleo, y que 60% de las imágenes que transmiten las 24 horas del día, son dedicadas al máximo líder del proceso, bien sea para reinaugurar la obra que hace tiempo fue terminada; o instruir al pueblo con citas del Marx o Fidel, o simplemente amenazar en horario infantil a sus adversarios con pulverizarlos, borrarlos del mapa (la frase que más le gusta a Ahmadineyad), si se les ocurre ganar una próxima elección.

Pero cuando salen del canal, sus trabajadores, periodistas, locutores y analistas políticos observan con sigilo a los lados, abren en tiempo récord la puerta de sus vehículos y se pierden en la nada de esa oscuridad temible que es la Caracas insegura del socialismo de Chávez, rogando llegar ilesos a sus casas.

De esa realidad palpable y dolorosa, que congrega a padres, hermanos y tíos frente a la morgue de Bello Monte cada fin de semana, para retirar el cadáver de un familiar de 25 años acribillado por el hampa, no se habla nunca. El Presidente acaba de confesarlo la noche del lunes, en llamada telefónica a VTV: de ese tema no se habla porque terminas haciéndoles el juego a la derecha y porque a fin de cuentas resulta contrarrevolucionario.

Pero la vida es tan terca y asaz, cruel incluso con quienes gozan el privilegio de disponer de escoltas, GPS en sus autos y chofer armado de Glock.

Desde hace varios meses, combate fieramente contra la muerte, en la privacidad de una clínica privada, un alto funcionario del Ministerio del Interior, a quienes unos desalmados secuestraron para robarlo y terminaron descargándole siete tiros. "Está vivo porque es joven y quiere vivir", dijo un familiar que conoce el caso.

¿Para qué entonces, señoras de la Fiscalía y Defensoría del Pueblo, inventarse esa agrupación de padres nerviosos por la salud mental de sus niños, e impedir que fluya una noticia de hechos banales que hasta la letra de las canciones de salsa lo repiten? El asunto no es la morgue, ni sus empleados, ni siquiera la foto de El Nacional; porque, bajando la cuesta de la calle Neverí en Bello Monte, una indescifrable morgue se esparce en las aceras, en la escalinatas del barrio o a la entrada de cualquier edificio, en cualquier urbanización, a la espera de que llegue el cadáver.

El asunto es que no se sepa lo que todos saben: que hay una violencia desbordada, porque no ha habido una política real contra la inseguridad; porque se sabe que mientras Valentín Santana y su Piedrita se pasean por el 23 de Enero, aun cuando están solicitados por el Ministerio Público, Tareck El Aissami (o cualquier otro ministro con igual simpleza mental) está emocionado, chaqueta roja y aplaudiendo a babear al hombre que el 4 de febrero de 1992 impulsó la violencia como un acto supremo de liberación.

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