viernes, 27 de agosto de 2010

Los humoristas del Brasil

Por: Laureano Márquez

Esta columna, que lleva por título "Humor en serio", no puede hacerse la loca frente a lo que acaba de suceder con los camaradas humoristas del Brasil, que hace poco salieron a la calle a protestar en contra de un par de disposiciones legales que les aluden y afectan. Se trata, en primer lugar, de una norma aprobada en 1997 por la que en televisión y en radio no se permite "usar trucos, montajes u otros recursos de audio o video que, de alguna manera, degraden o pongan en ridículo a un candidato, partido o coalición". Como si esto fuera poco, se incorporó también en 2009 una enmienda a la ley electoral en la que se impide "cualquier uso de audio o video que de alguna manera degrade o ridiculice a los candidatos o a los partidos políticos".

Llama poderosamente la atención el pavor que en los políticos despierta el humor. Es natural y comprensible que suceda en las dictaduras, donde toda voz disidente debe ser silenciada, especialmente la de los humoristas, que poseen más recursos expresivos que el resto de los mortales para saltarse censuras de todo tipo sin que los censores se percaten de ello. Pero es curioso que en las sociedades democráticas y plurales se mantenga ese temor, se persiga a los humoristas, se les amenace con multas, se les silencie con leyes. Estoy convencido de que ese temor se origina en la extraordinaria capacidad que el humorismo tiene para descorrer velos, mostrando con veracidad lo que se esconde detrás de aquello a lo que alude.
El humor desenmascara y da cuenta de lo que, estando a la vista de todos, nadie observa. Por otro lado, el humor es pensamiento libre y creativo, otra cosa que suele asustar a quienes detentan el poder, porque las sentencias del ingenio humorístico son inapelables, a menos que se hagan con el mismo ingenio y los políticos, salvo honrosas excepciones, no suelen tener mucha confianza en sí mismos en esta materia.

Comentario especial merece en las normativas aludidas el uso del término ridiculizar. Se suele acusar a los humoristas de "poner en ridículo" a los políticos.

Aquí hay un error de apreciación tremendo. No son los humoristas los que ridiculizan al poder: el poder hace el ridículo, que es cosa muy distinta, y el humorista da buena cuenta de ello. Es como creer que el niño que denuncia que el rey está desnudo fue el que le quitó la ropa. De ninguna manera, el niño, como el humorista, lo que hace es como revelar un negativo, mostrando algo que todos ven y no perciben. Cuando el humorista hace que la gente caiga en cuenta de su percepción, se produce la risa. La risa del espectador, en el fondo lo que dice es: "esto que me están mostrando es verdad, ¿cómo no lo vi antes?". De allí viene el humor, de mostrar incongruencias en lo que parecía congruente y eso sí que es peligroso para un político, porque vive de la congruencia tanto como el humorista de la incongruencia. De modo que se trata de una contradicción que nunca podrá resolverse y el político sabe que está en desventaja, que el humorista tiene mucho más poder que él ­lo cual debe ser insoportable para un poderoso­, porque en cualquier momento puede desenmascararlo.

Las persecuciones de quien detenta el poder en contra del humorista, son los galones de los cuales éste se nutre en su carrera; son, para decirlo en términos que se entiendan, el equivalente de los ascensos para los militares, pero no ganados en los cuarteles, sino en operaciones de combate. Quien reprime al humor ya perdió, incluso aunque tenga razón, perdió. Por eso lo más inteligente que un político carente de ingenio puede hacer frente al humor es aguantar en silencio.

Desde aquí, desde esta tierra libre en la que nunca un humorista ha sido perseguido, censurado, multado o encarcelado, vaya nuestra solidaridad con los humoristas del Brasil, el país con el presidente "mais vivo do mundo".

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