martes, 7 de diciembre de 2010

De nuevo en Venezuela

Por: Sebastián de la Nuez
La otra noche vi de nuevo Reflejos en tus ojos dorados y ya Elizabeth Taylor no era la misma. Acababa de leer el retrato que Truman Capote le hace, a ratos despiadado, dentro de la serie de perfiles que editó en español la editorial Anagrama. Elizabeth y Truman fueron amigos y quizás podrían haber sido pareja si no se hubiese interpuesto la militante homosexualidad del escritor.
Capote no ahorra descripciones; antes bien, las vomita: «Sus piernas resultan demasiado cortas para su torso, y la cabeza es excesivamente voluminosa en relación con el conjunto», dice. Elizabeth Taylor ya no será jamás, luego de haber leído la semblanza que de ella escribe Capote, la belleza arrasadora de ojos turquesa pues esa imagen ahora vendrá envuelta, empaquetada, en la versión que de ella hace Capote.
Es decir, será una mezcla de lo que vendió Hollywood y la representación vívida que aporta Capote. Durante la proyección de la película en televisión fue inevitable imaginármela un poco contrahecha, por debajo de esos planos compuestos principalmente de ojos y senos convenientemente iluminados.
Ahora viene a Venezuela otro epítome del retrato, más periodista que Capote e igualmente norteamericano, desde luego un hombre con un interés particular por el mundo latinoamericano: Jon Lee Anderson. Viene para continuar con la tradición que impuso la Fundación para la Cultura Urbana: invitar cada año a una figura de la literatura que comparta con los venezolanos. El año pasado fue Jorge Volpi.
Lo mejor de Anderson es su trabajo, pues indica rigor, constancia y valentía. Esto último se evidenció en su libro sobre la guerra en Irak, que comenzó a cubrir desde noviembre de 2002. Por supuesto que hay mucho de reportaje en La caída de Bagdad pero episodios como la espera en el hotel Al Rasheed ante el inminente bombardeo norteamericano, con los pormenores de su nerviosa cotidianidad, dan la medida de una crónica inteligentemente construida.
Lo peor de Anderson quizás sea su respuesta, hace unos años en el Ateneo de Caracas, cuando alguien le preguntó qué le parecía el régimen venezolano actual. Dijo que no venía a Venezuela a dar opiniones políticas, pero que en todo caso le parecía un proceso muy interesante.
Con “i” mayúscula, recalcó. En ese momento estaba recién salida de los hornos su biografía del Che Guevara, el más completo reportaje que se haya escrito sobre la figura del legendario icono de la izquierda. Pero el entusiasmo contenido de Anderson, más sus ganas de volver a retratar al presidente venezolano –ya lo había hecho en una ocasión pero deseaba volver por sus fueros− me parecieron propios del gringo fascinado por este tropical experimento, ese norteamericano inflado de “buenismo” que ha descubierto en medio del subdesarrollo la clave para el futuro de la humanidad. Su fascinación ante el proceso chavista me pareció más propia de la antropología que del periodismo.
PLEGARIAS ATENDIDAS
Desde luego que Anderson guarda enseñanzas. Ojalá aprendiéramos del rigor. Ese mismo rigor que una vez detecté en un inglés que había estado ocho años siguiéndole la pista a los hooligans del Manchester hasta que por fin escribió un libro de maravilla.
Anderson sabe cómo adherirse a una fuente: lo hizo, por ejemplo, con Aleida March –viuda del Che− en Cuba, a quien hizo despertar luego de tres décadas de hibernación. Anderson es un yanqui insolente y fisgón, así mismo se define. Y está muy bien que lo sea; como Capote; como el periodista que escribió la biografía de Capote, otro insolente y fisgón: Gerald Clarke. Gente que pasa años hasta que por fin se decide, tras mucha averiguación y mucho sudor, a escribir.
Es un buen ejemplo porque la tradición, en Venezuela, ha sido la contraria: los periodistas agarran sus apuntes de un caso, montan un par de episodios más o menos imaginados a partir de un par de chismes y arrancan. Hacen un par de entrevistas adicionales y el resto es copia de lo que ellos mismos han hecho anteriormente para algún periódico o revista. Se vio con el caso del Banco Latino. Se vio con El Amparo. Se vio con los sucesos del 11 de abril. Por eso es tan grato reseñar el triunfo en ventas y en crítica de una periodista venezolana rigurosa a quien le ha tomado cuatro años llenar una tronera de la historia reciente, la caída del presidente Carlos Andrés Pérez. Mirtha Rivero, a la calladita, acaba de dar una lección de periodismo aunque no se apellida ni Anderson ni Capote ni Clarke.
Está bien que Anderson venga y nos hable del perfil. Además, es una bofetada a este Gobierno el hecho de que la tradición de la Fundación perdure. Pero me quedo con el rigor, la valentía y las herramientas técnicas de Anderson. No con su criterio.

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